viernes, 8 de marzo de 2019

"Eros, el dulce amrgo"; Anne Carson

El eros es una cuestión de límites. Existe porque existen ciertos límites. En el intervalo entre intentar alcanzar y aferrar, entre una mirada y su devolución, entre “te amo” y “yo también te amo” cobra vida la presencia ausente del deseo. Pero los límites del tiempo y de la mirada y de un te amo son sólo réplicas del temblor central e inevitables que es el límite que da origen a Eros: el límite de la carne y del yo entre tú y yo. Y de repente, sólo en el momento en que procedo a disolver ese límite, advierto que nunca puedo.
Los niños empiezan a ver advirtiendo los bordes de las cosas. ¿Cómo saben que un borde es un borde? Deseando apasionadamente que no lo sea. La experiencia del eros como falta alerta a la persona sobre los límites de sí misma, de otras personas, de las cosas en general. El borde que separa mi lengua del gusto que esta ansía me enseña lo que es un borde. Como el adjetivo de Safo, glukupikron (1), el momento del deseo es aquel que desafía el borde propiamente dicho ya que es un conjunto de opuestos forzados a estar juntos bajo presión. El placer y el dolor se manifiestan en el amante al mismo tiempo, puesto que la deseabilidad del objeto amado proviene, en parte, de su falta. ¿A quién le falta? Al amante.  Si seguimos la trayectoria del eros lo encontramos sistemáticamente trazando la misma ruta: se mueve del amante hacia el amado, después rebota de nuevo hacia el amante mismo, hacia el agujero que hay en él y que antes pasaba inadvertido. ¿Cuál es el verdadero tema de la mayor parte de los poemas de amor? No es el amado. Es ese agujero. 
Cuando te deseo una parte de mi desaparece: mi deseo por ti consume una parte de mí. Así razona el amante en el borde del eros. La presencia del deseo despierta en él la nostalgia de una totalidad. Sus pensamientos se desvían hacia interrogantes de identidad personal: para ser una persona completa debe recuperar y reincorporar lo que perdió.
(…)
Todo deseo es respecto de la parte perdida de uno mismo, o así lo siente la persona enamorada. 




(1) glukupikron: el dulce-amargo