Si el niño, que lleva dentro de sí las imágenes arquetípicas de la madre y del padre simbólicos, en vez de encontrar solicitud y estabilidad, tropieza con una mezcla desordenada e inconsciente de caos, hostilidad, agresión, violencia, destructividad y envidia, será muy comprensible que exhiba rasgos "neuróticos", que en una u otra forma se perpetuarán en la edad adulta. Y con demasiada frecuencia, los padres de un niño así lo llevarán a la consulta del analista, o incluso del astrólogo, para preguntar por qué está tan perturbado, y qué se puede hacer para "curarlo". Esto pone al profesional consultado en una situación dificilísima. No son muchos los padres (especialmente si son concienzudos) a quienes les gusta que les digan que son ellos, y no sus hijos, los que necesitan acudir a la consulta del psicólogo.Y sin embargo, a conciencia, eso es lo único que es posible responderles.
¿Qué sucede, entonces, si inconscientemente -a pesar de todos sus esfuerzos conscientes y de todas las apariencias- una madre no se conforma con el hecho de haber tenido un hijo, o si habría querido desesperadamente que fuera del otro sexo, o si hay, profundamente sumergida en ella, una necesidad de poder que jamás ha encontrado expresión en virtud de las exigencias de la sociedad y de su propia educación? La madre arquetípica, plena de ternura, compasión, simpatía, solicitud y afecto, entra violenta y discordantemente en conflicto con la percepción que tiene el niño de la madre real, que quizá no sea ninguna de esas cosas. Se constelará entonces la faz oscura del arquetipo -ya que todos los arquetipos son una dualidad de oscuridad y luz- y como resultado de ello, la madre se convertirá en devoradora, bruja, dragón destructor, castradora. Además, la propia disposición del niño, que lo lleva a ser más o menos sensible al abismo existente entre su madre y la Madre, viene a colorear las reacciones del pequeño ante dicho abismo. Si el niño es varón, cabe que nos preguntemos de qué manera resultarán afectadas sus actitudes inconscientes hacia las mujeres. ¿Cómo se verá influida la constelación del anima, la imagen subterránea de la mujer que el varón lleva consigo? Y si es una niña, ¿qué sucederá con el afloramiento de su propia femineidad, si está pautada sobre el modelo de una madre semejante? Si inconscientemente, la madre teme o desprecia a los hombres, ¿qué efecto tendrá esto sobre la imagen inconsciente que la hija llegue a tener de ellos?
Si no hay un padre con quien el niño pueda relacionarse de alguna manera, ¿qué habrá de proporcionarle un símbolo de fuerza! dcterminacicín y apoyo? En esas condiciones, un niño puede estar influido solamente por la visión que tiene la madre del padre ausente, imagen que, si el matrimonio ha fracasado, estará probablemente muy deformada. Otra alternativa es que el niño se vea frente a una madre que intenta hacer de padre y que asume el rol masculino. La imagen que en su fantasía se crea un niño en ausencia de su padre asumirá inevitablemente proporciones gigantescas, porque no sólo la naturaleza aborrece el vacío, sino también la psique; y donde exista un vacío personal, éste se verá inundado por los arquetipos. Por otra parte, si está presente, el padre también ejercerá una influencia mediada por la parte inconsciente de sí mismo. Si está frustrado y dominado por su mujer, ¿qué efecto tendrán sobre el niño su cólera y su amargura inconscientes? Si es incapaz de reconocer o de expresar sus sentimientos, ¿cómo afectará ello a la confianza del niño en el poder de unión y de reparación del amor? Nada que no haya sido vivido muere; pero lo que no haya sido vivido por el padre puede vivir una vida secreta en el inconsciente del hijo, y en esa medida, convertirse para él en ''destino''.
Se trata de cuestiones bastante simples, y las respuestas son más bien obvias. Lamentablemente, son cuestiones que por lo común no se formulan hasta la edad adulta, y entonces las respuestas llegan ya demasiado tarde. Pero además de todas estas cuestiones, se ha de plantear otra, y es: ¿qué espera, inconscientemente, el niño del padre? En tiltima instancia, quizá no podamos hacer otra cosa que lo que nos sugiere el I Ching, y trabajar sobre lo echado a perder. .. aceptando siempre nuestra parte de responsabilidad.
Hay una fase sumamente incómoda por la cual debe pasar inevitablemente el individuo como parte de su evolución, una fase en que descubre la ambivalencia en la emoción que siente hacia sus padres, y en que reconoce los elementos más oscuros y más destructivos que hay en su relación con ellos.
Esta fase se caracterizará por consiguiente por un resentimiento natural y -en cierto sentido- completamente justificado, que se expresa en forma de recriminaciones que, con el reconocimiento incipiente de "lo que han hecho conmigo", irrumpen coléricamente en la conciencia. Sin embargo, esta fase es sólo un aspecto preliminar del trabajo que se ha de realizar. Es como un absceso donde se reúnen todas las toxinas que hasta entonces han circulado, infectándolo, por todo el cuerpo. Y la ventaja de un absceso es que al abrirlo con un bisturí, se puede hacer drenar los venenos, dando así al cuerpo oportunidad de curarse.
Cuando el resentimiento y la recriminación disminuyen, uno va dándose cuenta gradualmente de que lo que le "hicieron" los padres sucedió hace ya muchos años, y de que es solamente uno el que ha permitido que los fantasmas siguieran con vida en la psique, alimentándose de uno mismo y, desde su propio submundo, condicionando y dirigiendo sus opciones. A medida que un individuo comienza a ver que él mismo ha investido a ciertas de un poder perdurable, puede ir desenmarañándose de ellas; y reconocerá también que muchas cualidades poco atractivas de su propia naturaleza, que antes había atribuido a la influencia de los padres, en realidad le pertenecen. Y además, al ir cultivando la compasión por su propia oscuridad, comenzará a sentir compasión por la oscuridad que hay o había en sus padres. Estos emergerán ahora no como monstruos sino, por así decirlo, como seres humanos, purificados; y a los dones de amor y lealtad de ellos recibidos, por pequeños que sean, se les acordará el reconocimiento debido. Así el hijo da nuevo nacimiento al padre, y al mismo tiempo, toma conciencia de la energía más profunda que se alza por detrás de la figura parental y que constituye su propia y verdadera fuente. Al liberarnos, liberamos a nuestros padres. Sólo de esta manera podemos verdaderamente honrarlos rindiéndoles el honor que a todo ser humano se debe. Y esto es muy diferente de un homenaje hecho de labios afuera, a partir de una carga de culpa y con el corazón lleno de un resentimiento secreto que hacemos pagar a nuestros hijos y a nuestra pareja.
También es menester considerar aquí el problema del choque entre los tipos psicológicos, que aun sin ser "culpa" de nadie, puede crear desorientación y confusión al provocar el rechazo inconsciente de los valores más preciados por el otro. Como cada uno ve lo que es más capaz de ver, es probable que el padre de tipo pensante subestime los sentimientos del niño sentimental; que al padre de orientación sensorial le asusten las percepciones del niño intuitivo; y en muchas familias, al niño se lo convierte en portador de la sombra proyectada del padre -del animus o el anima- independientemente de que su temperamento sea o no adecuado para ello. De la misma manera que los niños proyectan los padres arquetípicos sobre sus padres reales, también éstos proyectan el niño arquetípico -la vida nueva, llena de posibilidades creativas- sobre su progenie. Cuando así sucede, es probable que la imagen del niño quede teñida por la inferioridad secreta del padre: el impulso oculto, la ambición clandestina, a los cuales jamás se les ha permitido el acceso a la conciencia. ¿Cuántas madres, que se esfuerzan por no salirse de la actividad doméstica y se mantienen fieles al mundo del sentimiento y de la relación, no albergan inconscientemente ambiciones del animus que proyectan sobre un hijo, haciéndolo depositario de su esperanza de que se convierta en genio intelectual, prodigio creativo u hombre de éxito? En casos así, la voluntad de poder se oculta tras la máscara del amor. En nombre de "lo mejor para él", la madre comete una violación psíquica del hijo, y después se echa atrás, atónita, cuando él se rebela violentamente o se refugia en un comportamiento "anormal". En otros casos el niño, en su desesperada necesidad de amor, puede él mismo modelarse ajustándose a la proyección del padre; puede pasarse media vida tratando de ser el prodigio que se espera que sea, cotejándose con normas de perfección que son sobrehumanas y a las que, por consiguiente, jamás puede llegar. Y no es sorprendente que así los sucesivos fracasos engendren un profundo sentimiento de incapacidad y de culpa. En la edad adulta el hombre tendrá que enfrentarse finalmente con el demonio que lo ha impulsado, tendrá que reconocer que no es su propio demonio, pero también que él lo ha aceptado como propio, y al aceptarlo se ha condenado.
Los hijos son un vehículo estupendo para que muchos padres vivan, por su mediación, los aspectos no vividos de su propia psique; y esto puede ocurrir incluso cuando los elementos no vividos son aborrecidos por los valores conscientes del padre. Es probable que el padre ambicioso y triunfador tenga un hijo derrochador o afeminado, o que la hija de una madre casta y gazmoña sea promiscua. En este caso cabe preguntarse de quién es el afeminamiento, de quién la promiscuidad. A ambos les pertenece. ¿A cuántas madres no lleva la juventud perdida, o las oportunidades desaprovechadas, a tener celos de sus hijas? ¿Cuántos hombres no están celosos de sus hijos o se sienten amenazados por ellos? ¿Cuántos padres desean a sus hijas, cuántas madres a sus hijos? Sí, a Edipo el deseo lo empujó hacia Yocasta, pero también ella lo animó, y voluntariamente lo llevó a su lecho. Sobre estas cosas sólo podemos hacer conjeturas, hasta que nos encontramos con que están dentro de nosotros mismos; y en el descenso hacia esas eróticas profundidades, todo se va haciendo cada vez más oscuro. Y sin embargo, en medio de esa oscuridad, dentro del laberíntico cenagal de pantanos y arenas movedizas, hay -por decirlo así- una flor que ha hundido en él sus raíces y que resplandece como un talismán. Es el carácter ilimitado de las posibilidades latentes en el seno de la naturaleza humana, un potencial infinito que abarca amor, compasión, simpatía y misericordia, un sentimiento de la continuidad de la vida y de la nobleza del alma. Algo que lo obliga a uno a reconocer que, de haber sido uno mismo su propio padre, con las angustias, las necesidades, los conflictos, los sueños y las aspiraciones de éste, quizás habría sido culpable de las mismas cosas que en él condena. Los "pecados" de nuestros padres -por comisión tanto como por omisión- bien pueden haber caído sobre nosotros; pero siempre nos queda la opción de transmutar la maldición en bienaventuranza. Las pautas de la psique, reflejadas por las pautas de la carta natal, nos hacen pensar que hemos escogido todas aquellas experiencias que nos "suceden". Y lo que escogemos es en algún sentido apropiado y necesario, aunque en ocasiones al yo pueda dolerle, escandalizarlo, confundirlo o parecerle frustrante o destructivo ... por lo menos, mientras no lleguemos a poseer la penetración suficiente para discernir su significado y su coherencia en la configuración total de nuestras vidas.