Una
cachetada a tiempo no habla de nada.
Apenas
susurra a los oídos.
No pretende
bajar línea, ni dar cátedra.
A veces,
incluso se despoja de toda pretensión de entendimiento.
No se para
en el atrio del profesor, ni del docto, ni siquiera en el lugar del alumno que
hizo bien la tarea.
No quiere tener razón.
Tampoco quiere una buena nota.
No se cree
dueño de nada.
No se lleva
bien con las verdades absolutas.
Se sabe contradictorio.
Elige, por lo tanto, refugiarse en una barricada mutante donde el verbo es compartir.
La
vestimenta y la desnudez.
Comparte los pre-textos, los textos y los hiper-textos.
También los retazos con los cuales se va improvisando.
Es como un espantapájaros que gana un sombrero y pierde
un zapato.
Que suma una corbata y regala un botón.
Un
espantapájaros que pasea por una huerta.
Una huerta
donde hoy florecen zanahorias y tréboles. Y mañana quién sabe.
Una
barricada mutante, un espantapájaros hecho de retazos y una huerta florida que devienen escenario.
Un
escenario que deviene vitreaux.
Un vitreaux
que deja translucir al sol y allí, en el piso, dibuja una silueta en fuga.
Siempre en fuga.
El sol que
atraviesa el vidrio, el vidrio que baña de color de la habitación, el sol que
se mueve, el vitreaux que se improvisa como calidoscopio.
Caleidoscopio.
Kalos eidos skopos. Literalmente, ver imágenes bellas.