miércoles, 15 de abril de 2015

Cachetazo.

Una cachetada a tiempo no habla de nada.
No lo necesita.
Apenas susurra a los oídos.
No pretende bajar línea, ni dar cátedra.
A veces, incluso se despoja de toda pretensión de entendimiento.
No se para en el atrio del profesor, ni del docto, ni siquiera en el lugar del alumno que hizo bien la tarea.
No quiere tener razón.
Tampoco quiere una buena nota.
No se cree dueño de nada.
No tiene copyright.
No se lleva bien con las verdades absolutas.
Se sabe contradictorio.
Elige, por lo tanto, refugiarse en una barricada mutante donde el verbo es compartir.
El hambre y el pan.
El miedo y la risa.
La vestimenta y la desnudez.
El techo y el cielo.
Comparte los pre-textos, los textos y los hiper-textos.
También los retazos con los cuales se va improvisando.
Es como un espantapájaros que gana un sombrero y pierde un zapato. 
Que suma una corbata y regala un botón.
Un espantapájaros que pasea por una huerta.
Una huerta donde hoy florecen zanahorias y tréboles. Y mañana quién sabe.
Una barricada mutante, un espantapájaros hecho de retazos y una huerta florida que devienen escenario.
Un escenario que deviene vitreaux.
Un vitreaux que deja translucir al sol y allí, en el piso, dibuja una silueta en fuga.
Siempre en fuga.
El sol que atraviesa el vidrio, el vidrio que baña de color de la habitación, el sol que se mueve, el vitreaux que se improvisa como calidoscopio.
Caleidoscopio. Kalos eidos skopos. Literalmente, ver imágenes bellas.

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