No busquemos ni esperemos nada. Ni budas ni demonios que nos puedan sorprender. No seamos inquietados ni atemorizados. Contemplemos el monte, vivamos en el monte. Contemplemos el arroyo, vivamos en el arroyo. Queramos acostarnos y acostémonos. Queramos levantarnos y levantémonos. No amemos ni odiemos los sonidos. No amemos ni odiemos las formas. Como el reflejo de la luna en el agua. Como un rostro en un espejo, que sigue siendo luna, que sigue siendo rostro, el Dharma no se turba. La palabra es como el croar de las ranas. El silencio es como una columna. Sin miedo del infierno ni deseo del paraíso, abarquemos todo el cosmos.
En relación a la cantidad de veces que escuchamos “No se puede hacer siempre lo que te gusta”, corregimos: hacé siempre lo que te gusta. No dejes de hacerlo cuando no salga como querés, cuando lo que te gusta fracase o no tenga la respuesta esperada. No dejes de buscarlo porque queda lejos o parezca un gran desafío, o porque se pone difícil. Hacé lo que te gusta y de la mejor manera posible, no chapuceramente. Aprendé el oficio, sé un buen fan de lo que te gusta. Hacelo y contagiá a los demás, convencelos de lo que te gusta. Trabajá de lo que te gusta; pero, si no es posible hoy, fijate qué podés hacer para que hoy te guste hacerlo… no digamos todo el día pero sí una buena media hora que irradie energía al resto de la jornada (por lo menos dedicale el día a quien te gusta). Mientras, seguí puliendo lo que te gusta, seguí entendiéndolo, fiel, tenaz y amorosamente. La naturaleza, o quién sea si creés en algo, nos dio eso, el gusto, para guiarnos en lo infinito. No es un capricho, es un mapa, es otro de nuestros sentidos, otra piel, otros oídos. No lo traiciones, ni dejes que sea tu tirano, como no idolatrás a tus ojos ni te los tapás para salir a la calle. Lo que te gusta es algo inquieto, se mueve, no se lleva bien con las repeticiones, ni siquiera de sí mismo. Agotá lo que te gusta y seguí adelante, si es el caso; pero tampoco tengas miedo de quedar atado a alguien. Permanecé, sé fiel a quien te gusta. El gusto es un pozo profundo. Nos acostumbramos a que los titulares sean más grandes a medida que crecen las ofertas, pero esto es distinto: no va a levantar su voz evidente. Sólo porque viaja como la luz de una estrella en ocasiones de milagro la distinguimos en medio de tantos brillos del mundo. Lo que nos gusta es la luminosidad de nuestras estrellas. Sabremos guiarnos con ellas hacia ellas.
Durante años, cada noche, después de ver juntos la novela brasilera que seguíamos por la tele, poníamos un disco, yo corregía los ejercicios de literatura o preparaba alguna clase y él estudiaba. Tan unidos estuvimos que a veces, él corregía los ejercicios de mis alumnos y yo me entretenía con sus libros mientras tomábamos termos y termos de mate amargo hasta que uno de los dos levantaba la vista ya cansado de tanto leer y decía que bueno, que basta por hoy. Entonces quizás nos dábamos un beso y nos íbamos a acostar.
En los seis años de romance todas las noches que dormimos juntos, nos acostamos al mismo tiempo. Nunca se nos hubiera ocurrido que uno se fuera a dormir y el otro se quedara haciendo algo en el comedor.
No, no sé por qué, pero fue así.
Nos daban ganas de dejar todo e ir acostarnos juntos. Y hacer chistes sonsos en la cama hasta caer rendidos de sueño.
O ser el primero en pedir: “¿Me traés un vaso de soda rebajada con un poquito de agua?”.
Y después otro beso.
Y después jugar a escribir letras de canciones de Los Redonditos de Ricota. (Teníamos una, Yo morderé tu empanada turca, que nos hacía morir de risa.) Teníamos un juego que era el de buscar nombres para hipotéticas autobiografías. Yo me acosté con cada cosaera una buena. Nico quería que su autobiografía se llamase ¿Qué mirás, puto dé mierda? A mí el título me parecía vendedor solo que un poco fuerte para el mercado editorial del país.
Y un poco de sexo tranquilo y suave con la piel tersa y descansada.
Con los brazos rodeando los brazos y las piernas memorizándose, mientras la ciudad se mandaba a guardar para volver a ponerse
en venta al día siguiente. Y quizás despertarse de madrugada
y acurrucarse frente al cuerpo caliente del otro, la mejor comprobación
de que no estabas solo.
De que eras algo para alguien.
De que alguien en el mundo pensaba en vos.
No, no es que esté triste.
A mí Gustavo ya me lo explicó.
Lo que pasa es que tengo problemas para enfrentar la realidad.
La realidad es que ahora duermo solo.
Y me aburro.
Y no tengo con quién inventar canciones de los Redonditos ni autobiografías
truchas.
Pero sacando ese problema lo demás todo bien.
Claro que todo lo demás me importa un carajo, pero eso lo estamos
trabajando con Gustavo dos veces por semana.
En serio, yo creo que no me falta mucho para el alta.