"Yo soy una persona que puede elegir".¡Esta es la raíz de toda confusión!
No existe, para empezar, ninguna elección. "Yo elijo" es una bonita historia, urdida por un narrador que se crea a si mismo eligiendo.
Pero en realidad, lo que sucede, sucede. La historia de la elección forma sencillamente parte de lo que sucede.
¿Por qué nos cuesta la vida llegar a ver esto? No importa, porque "la vida" no es más que otra historia que emerge ahora mismo.
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¡Qué liberación desembarazarse de la elección! Lo que sucede, sucede. Lo que sucederá, sucederá, y lo que ha sucedido no podría haber sucedido de ningún otro modo. "Podría haber sucedido de otro modo" no es, por tanto, más que otra historia, otra ilusión. La raíz de todo sufrimiento.
No existe ninguna elección, pero la vida sucede y, aunque indudablemente parezcamos elegir, "nosotros", en realidad, no tenemos, al respecto, ningún control.
Por ello muchas enseñanzas espirituales hablan de la entrega a la vida, a Dios y a lo Desconocido. En la entrega, la decisión personal se colapsa y nos libera del peso de la volición.
Pero recuerda que "tu" no puedes rendirte. Y tampoco puedes decidir no elegir, porque ésa seguiría siendo otra elección.
Más allá de la elección y de la falta de elección, no hay más que esto, lo que está sucediendo en el presente. Yo no puedo elegir prepararme una taza de té, porque esta no sería más que una decisión aparente. ¿De dónde procede la idea de prepararme una taza de té? ¿No aflora acaso esa idea en mi cabeza? ¿A quién hay pues que atribuir esa responsabilidad?
¡Qué maravilla! La vida se despliega ahora y todo discurre exactamente como debe y en el mismo instante en que debe hacerlo. ¡Esa es la libertad!
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La idea de la elección es la raíz misma de la violencia, de la separación, del narcisismo y, por tanto, del sufrimiento. La idea de elección implica la existencia de un individuo que está separado de la vida y que, de algún modo, al elegirla, crea su propia vida. ¡Qué violencia! ¿Cómo podría haberme separado de esto? ¿Quién soy yo para afirmar que tengo ese poder? ¡Qué egoísta es pensar siquiera en que puedo hacerlo!
¡Pero que maravilloso y excitante es creer en la elección, creer en que soy un individuo que puede cambiar el mundo y hacer que las cosas sucedan, tanto para mí como para los demás! ¡No neguemos, pues, la aparente elección! ¡Qué divertido parecer elegir ir al cine, leer cierto libro o dar un paseo por el parque! ¡El mundo no es sino un juego de aparentes elecciones! 🔀 ¿Has elegido leer estas palabras o la lectura simplemente sucede? Es cierto que puede aflorar el pensamiento de "Elijo leer este libro". Pero ¿a quién se le ocurre ese pensamiento? ¿Acaso puedes elegir pensar o no pensar en esto?
Dentro de los mecanismos de defensa que describió Freud, está el de la proyección. Explicado de manera muy simple, cuando éste se activa se produce un desplazamiento hacia otra persona de un conflicto que no puedo aceptar como propio. Puede ser que el dilema trate tanto de atributos "positivos" como "negativos", da igual. Lo interesante acá es que aquello que resulta intratable para mi aparato psíquico, lo proyecto hacia un tercero como una forma económica de resolverlo. Es decir, al ver ese conflicto en un otro, "creo" que no está más en mi y que pasa a ser propiedad exclusiva de él.
Lógicamente, esto es inconsciente y de naturaleza acuosa. Se puede meter por cualquier hendija vincular sin que logremos siquiera advertirlo.
Entonces cuando sucede, puede resultar sumamente difícil no caer en conductas reactivas y en espirales interminables de palabras que, lejos de aclarar, suman confusión y desgaste. Casi sin darnos cuenta, podemos terminar hablando de lo que el otro dice que nos pasa, de lo que no ve, de cómo nos hace sentir, o de lo que fuere. Siempre subrayando la nota de que el conflicto está ahí afuera y que no es mi propiedad.
Bajo premisas compatibles, Paul Ekman tomo la tragedia de Shakespeare e introdujo el concepto de "error Otelo". Un poco la cuestión trata sobre los desaciertos en los que caemos cuando interpretamos las conductas y emociones de los demás desde la estrechez y lo incompleto de nuestra óptica. A modo de puente puedo decir que cuando todo lo que veo valida lo que pienso, siempre es mucho más fácil liberar el proyector que todos llevamos dentro.
No obstante, también es un momento interesante para plantearse un par de cuestiones.
Por ejemplo, ¿realmente es todo como yo lo pienso, vivo y siento? ¿Realmente eso está pasando?
Personalmente me encantaría poder decir que no caigo en esa; que todo lo que proyectan sobre mi no tiene nada que ver conmigo.
También me encantaría poder decir que todo lo que proyecto sobre cualquier tercero está por demás chequeado y acertado.
Agregaría incluso que si el otro no lo ve es justamente porque está demasiado fijo en sus ideas.
Finalmente, desearía que cualquier proyección -mía o ajena, para el caso es lo mismo- pudiera finalizar con un "eyyyy, no me vengas con esa y no me metas en tu película; si va a ser así, mejor andá a pedir laburo a Netflix".
De verdad me encantaría.
Pero la negación es otro mecanismo de defensa y sabemos que la cosa no siempre puede funcionar así.
Porque en el fondo, nadie te mete en un lugar en el que no tengas nada que ver.
Si aflojamos un poco la armadura y abrimos el mapa, podemos ver que detrás de toda proyección se encuentra una mitología personal, vincular, familiar y social.
Con esto quiero decir que no es para nada azaroso lo que se proyecta sobre mí así como tampoco lo es lo que proyecto sobre los demás. Desde ambos lados, necesitamos algo que oficie de gancho para sacar hacia afuera nuestras partes no resueltas.
Por detrás de cada disfraz que nos tiramos, siempre aparece una coherencia sutil que elige el talle, el color y hasta el papel con el que se lo envuelve.
Cuidado, esto no quiere decir que toda proyección sea verdadera en el sentido de que se corresponda con la realidad.
Desde ya que no.
En algún punto, sostener eso sería demasiado simplista. Y aquel que lo asuma así puede pagar un costo demasiado elevado.
Lo que quiero plantear es que, si acaso tenemos la capacidad de ir un poco más allá de lo superficial, podemos ver parte del argumento que estamos representando como si se tratase de una obra de teatro.
Puesto que todas las proyecciones son hijas de su tiempo y de los vínculos dónde aparecen, puede ser una tarea interesante el tratar de descubrir el papel que nos esforzamos en representar.
Quizás ese texto nos hable de que tenemos una sola manera de ver y hacer las cosas que inevitablemente va a hacerse añicos.
Quizás narra algo que salió mal hace mucho tiempo y que con amor ciego e infantil queremos arreglarlo.
Quizás cuente que tenemos expectativas demasiado disociadas de la realidad.
O ideales demasiado opresivos para nuestro día a día.
La trama puede ir por cualquier lado.
Pero si queremos llegar a ese núcleo y ver aquello que anima esos relatos, precisamos salirnos del juego de las representaciones y entrar en otro espacio.
Lo que sería interesante poner en acto es un modo de fracturar amorosamente -no podía ser de otro modo- los hechizos que atan nuestros ojos a nuestro ombligo. De alguna manera necesitamos sentirnos habilitados e invitados para alzar la mirada hacia una dirección más amplia.
Bert Hellinger decía que en última instancia, el asunto trataba acerca de quien iba a pagar el precio por ver un poco más.
Si bien cuando hablaba de esto lo hacia en referencia a dinámicas mas complejas, personalmente creo que también eso aplica acá.
Naturalmente hay un precio por abrir el campo, y el de las proyecciones no es ajeno.
No siempre es grato abrir los ojos hacia donde apunta cualquier luz. Primero porque el movimiento inicial es asumir que los teníamos cerrados. Y segundo porque requiere inventar la propia y equilibrada dosis de valentía, humildad, dignidad, vulnerabilidad y vocación. Cierto es que este movimiento no asegura que quedemos santos y salvos de cualquier proyección. Pero al menos abre la posibilidad que entremos desde otro lado, ojalá menos corrosivo e inconsciente. En última instancia, se trata sobre todo de suspender las ideas que tengo sobre la realidad, para que al verme dentro de ella pueda comprender como estoy observando lo que pasa.
La apuesta es entender un poco más de la profundidad que tienen esos juegos y verlos en una dimensión más completa dónde se reemplacen las acusaciones subjetivas por preguntas más inclusivas.
La invitación es a que reconozcamos esas dinámicas en su dimensión sistémica y a que encontremos una forma más creativa para apropiarnos, reincorporar y resolver ese conflicto dentro en nosotros mismos. Que el otro pueda ser un legítimo otro y no la pantalla de nuestro cine particular.
Audiencia: Estoy interesado, muy interesado en la gente como Mozart, quien pareció vivir el Sol realmente. Él creó en una pobreza horrenda. Esto me dice algo sobre la apuesta o el riesgo. Lo que creaba podría valer algo para los otros, pero a él no le valía cualquier cosa.
Liz: Sí, es una apuesta. No hay ninguna garantía de aceptación colectiva. Cuando hacemos el esfuerzo de vivir el Sol, no podemos dar recompensas por sentado. No existe ninguna recompensa. Nosotros en ocasiones no podemos obtener la confirmación de lo que queremos. Su trabajo es apreciado. Como Apolo, podemos ser rechazados. Dafne prefirió hacerse un árbol de laurel antes que rendirse a los brazos del dios. No hay ninguna garantía que la luz será bien recibida. El Sol no brilla por el placer de una recompensa.
Audiencia: Seguramente, si uno cree en sí mismo, el mundo externo le recompensará.
Liz: Bien, esto parece realmente agradable cuando usted lo dice. Pero dar expresión al Sol con la suposición de una recompensa mundana es contradictorio con la propia naturaleza del Sol. Precisamente así no surte ningún efecto. ¿No puede ver usted la paradoja? El acto de devoción necesaria para el trabajo creativo requiere una renuncia al control, que significa, entre otras cosas, un abandono de la expectativa de que las golosinas vendrán luego. Se parece bastante a la devoción religiosa, y es quizás incluso idéntico. Hay un sacrificio implícito. Si acepta la esperanza de que Dios le recompensará, es equivalente a hacer un trato, entre el punto que le falta para completar la obra y la bondad de Dios. También, usted insinúa que la vida es siempre justa, y que los tipos buenos siempre ganan el premio. Esto pasa en películas de Walt Disney. Pero aquí sobre este planeta, los tipos buenos a veces pierden, y no es porque ellos no sean talentosos. También, la creencia en uno mismo no es siempre fácil de obtener. Es sumamente espantoso caminar con una pierna fuera y decir, voy a meter todo mi corazón y mi alma a este proyecto, o en este ideal, o en este camino de la vida. Inseguridades profundas y daños pueden hacerlo bastante imposible. Si esto es la contribución posible, de alguien puede o no poder ser recompensado. Uno no lo hace por la recompensa. Uno lo hace porque debe. La vida no fue justa para Mozart. Murió en la pobreza y fue enterrado en una fosa común. A nosotros se nos recompensó con su música.
Audiencia: ¿Dónde estaría la música si él se hubiera rendido?
Liz: Claro. Pero él no se rindió, porque él no vivía el Sol por la recompensa. La mayor parte de nosotros no somos Mozart, y no tenemos la capacidad de transcribir directamente la Música de las Esferas. Nos movemos pesadamente, solo tenemos un pequeño vislumbre de brillantez. Es más difícil creer en uno mismo cuando sólo se consigue vislumbrar obstáculos. Es más fácil si la música fluye por uno transcribiendo el alcance de la locura. No hay ningún valor en lloriquear: ¡siento vergüenza de mí! ¡Me he rendido!. Nos rendimos en algún punto, y luego tenemos que intentarlo otra vez. Es el proceso del Sol. Muchas veces en la vida, nos atemorizamos y traicionamos al Sol. Entonces nos reponemos, y la próxima vez quizás tengamos más coraje. El Sol siempre atenúa la oscuridad y lucha con la serpiente y luego se eleva otra vez. Desistir no es una declaración de cobardía o de fracaso. Pero necesitamos saber cuando y por qué hemos tenido bastante, y cuando tenemos que conservar nuestra energía o trabajo para curar algo hasta que estamos listos para intentarlo otra vez. Sólo si nos rendimos permanentemente podemos terminar en peores dificultades, porque entonces podemos estar abriendo la puerta a muchas clases de enfermedad, física o psicológica. Si nos rendimos prematuramente en la vida y nos rendimos para siempre, podemos pagar un precio terrible. Si permanecemos leales, podemos sufrir por ello, y nunca podemos conseguir el reconocimiento que merecemos. Pero tenemos que seguir intentándolo.
Cada vez que me aparezcan las ganas de llamarte o de escribirte, voy a cocinar budín de zanahoria
Cada vez que te extrañe, voy a recordar lo lindo que fue
Cada vez que me escribas, voy a hacerme el distraído o el desinteresado
(si... me sale fatal, ya te habrás dado cuenta)
Cada vez que lea un libro y tenga ganas de pasarte una partecita, voy a anotar tus iniciales en el margen
Cada vez que mire un mapa, voy a imaginar que estamos planeando un viaje
Cada vez que escuche una canción que hable de vos, voy a tratar de memorizar la letra y de pensar como la cantarías
Cada vez que haga tostadas, voy a sospechar que estás dibujando en la mesa del living
Cada vez que vea algo y me den ganas de regalártelo, voy a fantasear con una sonrisa tuya
Cada vez que vea un tilo, voy a tratar de no pisar las ramitas del piso
Cada vez que pase por un lugar donde nos reímos, voy a suspirar tres veces
Cada vez que me encuentre con una foto tuya, voy a decir al aire "hola hermosísima"
Cada vez que no pueda dormir, me voy a poner las manos en el pecho imaginando que es tu corazón el que late
Cada vez que aparezca con velocidad algún reproche, sólo voy a frenar para decirte "muchas gracias".
Cada vez que me enmarañe en la ducha y quedes enredarda en una de mis discusiones imaginarias, sólo voy a cambiar tu nombre por el mío para que el agua se lleve la mufa.
Cada vez que me tome un fernet en el balcón, voy a brindar con la noche por tu magia.
El deseo sexual, si es recíproco, origina un complot de dos personas que hacen frente al resto de los complots que hay en el mundo. Es una conspiración de dos. El plan es ofrecer al otro un respiro ante el dolor del mundo. No la felicidad sino un descanso físico ante la enorme responsabilidad de los cuerpos hacia el dolor. En todo deseo hay tanta compasión como apetito. Sea cual sea la proporción, las dos cosas se ensartan juntas. El deseo es inconcebible sin una herida. Si hubiera alguien sin heridas en este mundo, viviría sin deseo. El cuerpo humano realiza proezas, posee gracia, picardía, dignidad y otras muchas capacidades, pero también resulta intrínsecamente trágico como no lo es ningún cuerpo de animal (ningún animal está desnudo). El deseo anhela proteger al cuerpo amado de la tragedia que encarna y, lo que es más, se cree capaz. La conspiración consiste en crear juntos un espacio, un lugar de exención, necesariamente temporal, de la herida incurable de la que es depositaria la carne. Ese lugar es el interior del otro cuerpo. La conspiración consiste en deslizarse al interior del otro, allí donde no se les pueda encontrar. El deseo es un intercambio de escondites (hablar de «volver al útero» es una vulgar simplificación). Tocar una pierna con mano de amante. Que sea para excitar o para relajar no supone diferencia alguna. El tacto aspira a alcanzar, más allá del fémur, la tibia o el peroné, el propio corazón de la pierna, y el amante completo espera acompañar ese gesto y habitar en él. No hay altruismo en el deseo. Al principio están implicados dos cuerpos y la exención, siempre y cuando se logre, los protege a ambos. La exención es inevitablemente breve y, sin embargo, lo promete todo. La exención suprime la brevedad y con ella las penas asociadas a la angustia de lo efímero. Ante la mirada de una tercera persona, el deseo es un breve paréntesis. Desde dentro, una inmanencia y una entrada en la plenitud. Normalmente la plenitud se considera una acumulación. El deseo revela que es un despojamiento: la plenitud de un silencio, de una oscuridad.