El ajedrez es un caleidoscopio: cambia de forma infinitamente. Y no se puede volver atrás. Para cuando podés hablar de la jugada pasada, ya es muy tarde. Tiene un paralelo con la vida, por supuesto, y con el ajedrez precisa estudio, y estudiando no se pierde nunca. En el peor de los casos, en la situación en que perdiste todas las piezas sin comer ninguna, o en los momentos de rendir una materia y que te saques un cero, repito, que sería el peor de los casos, aún así estás enriquecido: algo sacaste. Algo aprendiste. El resultadismo, tal vez, te haga sentir que no aprendiste nada. Pero sí. Lo que reconstruye el juego es la escala de valores: en mi casa había una lata de sardinas muy rara que arriba tenía inscripto “Aire de París”, en francés. Me parecía tan ridículo. Pero, sin embargo, eso se compraba. Alguien había visto algo en eso. Tenía la sensación de que ese hombre se había hecho rico y fumaba un habano a la derecha del Mago de Oz. Dos farsantes que realmente habían logrado vender lo que yo no puedo: una idea.
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