Se dice “el tiempo de los héroes ha pasado”, con la esperanza de enterrar junto a él toda forma de heroísmo.
El sueño de la época no es el buen sueño que procura el descanso, sino más bien un sueño angustiado que os deja más exhaustos todavía, deseosos solamente de volver a él para alejaros un poco más de la irritante realidad. Es la anestesia que requiere una anestesia aún más profunda.
Aquellos que por suerte o por desgracia se sustraen al sueño prescrito, nacen a este mundo como niños perdidos.
¿Dónde están las palabras, dónde la casa, dónde mis antepasados, dónde están mis amores, dónde mis amigos?
No existen, mi niño. Todo está por construir. Debes construir la lengua que habitarás y debes encontrar los antepasados que te hagan más libre. Debes construir la casa donde ya no vivirás solo. Y debes construir la nueva educación sentimental mediante la que amarás de nuevo. Y todo esto lo edificarás sobre la hostilidad general, porque los que se han despertado son la pesadilla de aquellos que todavía duermen.
La superación viene siempre de otro lugar
Aquí prevalece la regla de no-actuar, que se expresa así: la fecundidad de la acción verdadera reside en el interior de ella misma; podría decirlo de otro modo, podría decir: la acción verdadera no es un proyecto que uno realiza, sino un proceso al cual uno se abandona.
Quien actúa, actúa hoy como niño perdido.
La errancia gobierna este abandono. Vagamos. Vagamos entre las ruinas de la civilización; y precisamente porque se encuentra en ruinas, no nos será dada la posibilidad de enfrentarla. Es una guerra bien curiosa esta en la que nos hallamos comprometidos. Una guerra que requiere que se creen mundos y lenguajes, que se abran y ofrezcan lugares, que se constituyan hogares, en medio del desastre.
Existe esa vieja noción, bolchevique y, ciertamente, un poco frígida: la construcción del Partido. Creo que nuestra guerra es la de construir el Partido o, más bien, la de dar un contenido nuevo a esa ficción despoblada.
Una sociedad que ha agotado el conjunto de sus posibilidades
vitales tiene buenas razones para juzgar como “terrorista” todo
aquello que se experimente más allá de ella.
Charlamos, nos besamos, preparamos una película, una fiesta, una revuelta, encontramos un amigo, compartimos una comida, una cama, nos amamos, en otras palabras: construimos el Partido.
Las ficciones son cosas serias. Necesitamos ficciones para creer en la realidad de lo que vivimos. El Partido es la ficción central, la que recapitula la guerra en curso.
La entrevista. Letra F (por fidelidad) En realidad le pregunta sobre la fidelidad pero él habla sobre la amistad.
C.P.: Tus amistades son muy importantes para vos. Quisiera saber si considerás correcta la impresión de que la fidelidad está forzosamente ligada a la amistad o si, acaso, es a la inversa.
G.D: La amistad es algo distinto de la fidelidad. ¿Por qué se hace uno amigo de alguien? Para mí, es una cuestión de percepción. No se trata de tener ideas en común. ¿Qué quiere decir "tener cosas en común" con alguien? Voy a decir banalidades: es entenderse sin tener que explicarse. No es partir de ideas comunes, sino que se tiene un lenguaje común, o un pre-lenguaje común. Hay personas de las que no comprendo nada de lo que dicen, aunque digan cosas sencillas como "Pasame la sal". Por el contrario, hay quienes me hablan de un tema sumamente abstracto y no estoy de acuerdo con ellos, pero lo entiendo todo. No se trata de la comunidad de las ideas, sino que hay un misterio en el hecho de tener algo que decir a alguien, de entenderse sin ideas comunes. Es esa especie de fondo indeterminado. Tengo una hipótesis: cada uno de nosotros es apto para aferrar un determinado tipo de encanto, nadie aferra todos los tipos a la vez. Hay una percepción del encanto. Un gesto de alguien, un pudor de alguien son fuentes de encanto, que tienen tanto que ver con la vida que llegan hasta las raíces vitales, de tal suerte que uno se hace amigo de alguien. Hay frases que sólo pueden ser dichas si la persona que las dice es vulgar o innoble. Para cada uno de nosotros hay frases ante las que uno se dice: "¡Dios mío! ¿Qué estoy oyendo? ¿Qué es esta inmundicia?" No se puede decir una de esas frases al azar y luego pretender enmendarla. Y, a la inversa, hay frases insignificantes que tienen tal encanto, que muestran tal delicadeza que inmediatamente pensás que aquel que la pronuncia es tuyo y no en el sentido de la propiedad. En fin, en ese momento nace la amistad, puede nacer. Así que se trata ciertamente de una cuestión de percepción, de percibir algo que te es afín o que te enseña, que te abre o te revela algo.
C.P.: Descifrar signos.
G.D.: Exactamente, sólo se trata de eso. A mi modo de ver, todas las amistades se asientan en esas mismas bases: ser sensibles a los signos que alguien emite. Creo que eso es lo que explica que uno pueda pasarse horas con alguien sin decir una palabra, o diciendo cosas completamente insignificantes. La amistad es cómica.
C.P.: A vos te gustan mucho los cómicos, las duplas de amigos, como Bouvard y Pécuchet, o Mercier y Camier...
G.D.: Yo creo que con Jean-Pierre (un amigo) somos pálidas reproducciones de Mercier y Camier. En efecto, yo estoy todo el tiempo cansado, tengo una salud frágil; Jean Pierre es hipocondríaco y nuestras conversaciones son muy del tipo Mercier/Camier. Uno le dice al otro: "¿Cómo andás?". Y el otro responde: "Estoy que reviento, pero no de entusiasmo". Esa es una frase llena de encanto y uno ama al que la dice. Con Félix (Guattari) es diferente, estamos más próximos a Bouvard y Pécuchet. Con otro amigo, podríamos ser pálidas réplicas de Laurel y Hardy. No es que se deba imitar a esas grandes parejas, pero la amistad es eso. Los grandes amigos son Bouvard y Pécuchet, Mercier y Camier, Laurel y Hardy, aunque riñan y se peleen, eso no tiene mucha importancia.
En la cuestión de la amistad hay una especie de misterio y esto atañe estrechamente a la filosofía. Porque la palabra "filosofía" contiene la palabra "amigo". Quiero decir que el filósofo no es un sabio. De lo contrario, sería cómico. Literalmente es un "amigo de la sabiduría". Lo que los griegos inventaron no es la sabiduría, sino esa extraña idea: "amigo de la sabiduría". ¿Qué quiere decir "amigo de la sabiduría"? Este es el problema del ¿Qué es la filosofía? (libro de G.D.).El amigo de la sabiduría no es un sabio. Hay una interpretación obvia que dice que tiende hacia la sabiduría. Pero así no se entiende nada. ¿Qué es lo que inscribe la amistad en la filosofía y qué tipo de amistad? ¿Ha de darse en relación con un amigo? ¿Qué era esto para los griegos, qué quiere decir "amigo de"? Si interpretamos "amigo" como aquél que "tiende hacia", entonces amigo es quien pretende la sabiduría sin ser un sabio. Pero, ¿qué quiere decir pretender la sabiduría? Quiere decir que hay otro, que nunca se es el único pretendiente. Si hay un pretendiente de la chica, entonces quiere decir que la chica tiene varios pretendientes.
CP: No se es el prometido de la sabiduría, se es apenas un pretendiente.
GD: Exacto. Entonces hay pretendientes a la sabiduría. ¿Y qué inventaron los griegos? A mi modo de ver, la civilización griega inventó el fenómeno de los pretendientes. O sea, la idea de que hay una rivalidad de los hombres libres en todos los dominios. Esta idea de la rivalidad entre los hombres libres no existía en otros lugares. Pensemos en la elocuencia, por ejemplo. Es por eso que son tan burocráticos, entablan pleitos, se procesan mutuamente... El chico o la chica tienen pretendientes, están los pretendientes de Penélope... En fin. Este es el fenómeno griego por excelencia. Si consideramos la historia de la filosofía, para algunos la filosofía está ligada a ese misterio de la amistad. Para otros, al misterio del noviazgo.Y tal vez no andemos lejos. Pienso en Las cartas del noviazgo, de Kierkegaard. No hay filosofía sin ese texto, sin el primer amor.
Pero, como decíamos antes, el primer amor es la repetición del último, tal vez sea el último amor. Tal vez la pareja tenga importancia en la filosofía. Creo que no se sabrá lo que es la filosofía hasta que no se hayan resuelto las cuestiones de la novia, del amigo, de lo que es el amigo, en fin. Eso es lo que me parece interesante. Blanchot y Mascolo son dos pensadores actuales que en relación con la filosofía o el pensamiento, otorgan importancia a la amistad. Pero un sentido muy especial, ya que no nos dicen que es preciso tener un amigo para ser filósofo o pensar, sino que consideran que la amistad es una categoría o una condición del ejercicio del pensamiento. Eso es lo que importa. No el amigo en sí, no el amigo de hecho, sino la amistad como categoría, como condición para pensar. A mí me encanta desconfiar del amigo; para mí, la amistad es la desconfianza. Yo desconfío de Jean Pierre como la peste. Desconfío de mis amigos. Pero desconfío con tanta alegría que no pueden hacerme ningún daño. Pueden hacerme lo que quieran que lo voy a tomar con mucha gracia. Hay mucho entendimiento, mucha comunidad entre amigos. Pero no hay que creer que estos acontecimientos sean pequeños asuntos privados. Cuando se habla de amistad se trata de saber en qué condiciones se puede ejercer el pensamiento. Por ejemplo, Proust considera que la amistad es nada. No sólo para él, en lo que le concernía, sino porque, para el pensamiento, no había nada que pensar en la amistad. En cambio, considera que hay materia para pensar en el amor celoso. Que ésa es la condición del pensamiento (...)
Es evidente que, desde lo psicológico, aquí habrá que trabajar sobre un fantasma vincular que, si bien suele comenzar proyectado en el hermano, luego se instala en muchísimas otras personas y situaciones. O sea que, si el vínculo primario con el hermano no está trabajado afondo, el mecanismo mal resuelto se traslada a lo largo de la vida, puesto que el destino seguirá trayendo la misma estructura, en diferentes escenarios.
Aunque nuestra energía siempre trae el mismo patrón, en los primeros años de vida desarrollamos determinadas soluciones ante los primeros desafíos energéticos. El problema es que nos quedamos fijados a esa presunta solución y luego tendemos a repetirla, a leer los escenarios futuros no desde una disposición de aprendizaje, sino desde una conclusión consciente o inconsciente. Y así, nos volvemos mecánicos. Por lo tanto, es necesario discriminar bien dos tipos muy distintos de repeticiones. Una es la repetición energética; en el caso del Ascendente geminiano, siempre insistirá en aparecer aquello que me obliga a vincularme en forma múltiple y abrirme a la comunicación. Pero no tiene por qué repetirse el vínculo que establecí con mis hermanos, con el mismo desenlace. En todo caso, la que repite es mi psique, que se quedó trabada en esa manera de vincular —o de no vincular— lo fragmentario. Cuando reaparece la oportunidad energética, yo trato a esa nueva situación desde la imagen primaria, que tiene que ver con el modo como viví el vínculo con mis hermanos o amigos íntimos de la infancia y juventud. Entonces, pido lo mismo, fantaseo que sobrevendrán las mismas consecuencias, me ubico en la misma posición y el destino se repite. Por eso, es importante discriminar desde un principio la repetición de destino —en tanto nuevas oportunidades de comprender la propia naturaleza— de la repetición neurótica, como predominio de imaginarios infantiles. El destino no es neurosis, aunque la neurosis haga destino.
En alguna parte, el poeta portugués Pessoa dice: “El amor es un
pensamiento”. Es un enunciado muy paradójico (en apariencia) porque siempre se
ha dicho que el amor es el cuerpo, es el deseo, es el afecto, es todo lo que
precisamente no es la razón o el pensamiento. Y él dice: “El amor es un
pensamiento”, Creo que tiene razón, pienso que el amor es un pensamiento y que
la relación entre este pensamiento y el cuerpo es totalmente singular, y siempre
está marcada, como lo decía Antoine Vitez, por una ineluctable violencia. Y
nosotros experimentamos esa violencia en la vida. Es muy cierto que el amor
puede hacer doblarse a nuestro cuerpo, inducir inmensos tormentos. El amor, se
ve todos los días, no es ningún afluir largo y tranquilo. No se puede olvidar el
número, espantoso después de todo, de los amores que conducen al suicidio o a la
muerte, En el teatro, no es solamente, ni principalmente, el vodevil del sexo, o
la galantería inocente. Es también la tragedia, la renuncia, el furor. La
relación entre el teatro y el amor también es la exploración del abismo que
separa a los sujetos, y la descripción de la fragilidad de este puente que el
amor tiende entre dos soledades. Siempre es necesario volver a ello: ¿qué es un
pensamiento que se expone como yendo y viniendo entre dos cuerpos sexuados? Al
menos hay que decir, y es lo legitima tu cuestión precedente, que si no hubiera
amor uno se tendría que preguntar de qué habla el teatro. Pues bien, el teatro,
si no hubiera amor, hablaría (y ha hablado abundantemente) de la política. Entonces, digamos que el teatro es
la política y el amor, y más generalmente, el entrecruzamiento de los dos. Por
otra parte, esa es una de las posibles definiciones de la tragedia: decir que es
el cruce de la política y el amor. Pero el amor por el teatro y el amor del
teatro, es también (y muy fuertemente) el amor del amor, porque sin las
historias de amor, sin la lucha de la libertad amorosa contra el contrato
familiar, el teatro no es gran cosa. Tanto las comedias antiguas como las de
Molière nos cuentan, de manera esencial, cómo unos jóvenes que se han encontrado
por azar deben desbaratar la intriga del matrimonio arreglado por los padres. El
conflicto teatral más corriente, el más explotado, es la lucha del amor azaroso
contra la ley necesaria. Más finamente, es la lucha de los jóvenes, ayudados por
los proletarios (esclavos y siervos), contra los viejos, ayudados por la Iglesia
y el Estado. Ahora se me dirá: “La libertad ha ganado, no hay matrimonio
arreglado, la pareja es una creación pura”. Pero, ello no es totalmente seguro.
¿La libertad, qué libertad exactamente? ¿A qué precio? Sí, es una verdadera
pregunta: ¿qué precio ha pagado el amor por el aparente triunfo de su
libertad?