En alguna parte, el poeta portugués Pessoa dice: “El amor es un
pensamiento”. Es un enunciado muy paradójico (en apariencia) porque siempre se
ha dicho que el amor es el cuerpo, es el deseo, es el afecto, es todo lo que
precisamente no es la razón o el pensamiento. Y él dice: “El amor es un
pensamiento”, Creo que tiene razón, pienso que el amor es un pensamiento y que
la relación entre este pensamiento y el cuerpo es totalmente singular, y siempre
está marcada, como lo decía Antoine Vitez, por una ineluctable violencia. Y
nosotros experimentamos esa violencia en la vida. Es muy cierto que el amor
puede hacer doblarse a nuestro cuerpo, inducir inmensos tormentos. El amor, se
ve todos los días, no es ningún afluir largo y tranquilo. No se puede olvidar el
número, espantoso después de todo, de los amores que conducen al suicidio o a la
muerte, En el teatro, no es solamente, ni principalmente, el vodevil del sexo, o
la galantería inocente. Es también la tragedia, la renuncia, el furor. La
relación entre el teatro y el amor también es la exploración del abismo que
separa a los sujetos, y la descripción de la fragilidad de este puente que el
amor tiende entre dos soledades. Siempre es necesario volver a ello: ¿qué es un
pensamiento que se expone como yendo y viniendo entre dos cuerpos sexuados? Al
menos hay que decir, y es lo legitima tu cuestión precedente, que si no hubiera
amor uno se tendría que preguntar de qué habla el teatro. Pues bien, el teatro,
si no hubiera amor, hablaría (y ha hablado abundantemente) de la política. Entonces, digamos que el teatro es
la política y el amor, y más generalmente, el entrecruzamiento de los dos. Por
otra parte, esa es una de las posibles definiciones de la tragedia: decir que es
el cruce de la política y el amor. Pero el amor por el teatro y el amor del
teatro, es también (y muy fuertemente) el amor del amor, porque sin las
historias de amor, sin la lucha de la libertad amorosa contra el contrato
familiar, el teatro no es gran cosa. Tanto las comedias antiguas como las de
Molière nos cuentan, de manera esencial, cómo unos jóvenes que se han encontrado
por azar deben desbaratar la intriga del matrimonio arreglado por los padres. El
conflicto teatral más corriente, el más explotado, es la lucha del amor azaroso
contra la ley necesaria. Más finamente, es la lucha de los jóvenes, ayudados por
los proletarios (esclavos y siervos), contra los viejos, ayudados por la Iglesia
y el Estado. Ahora se me dirá: “La libertad ha ganado, no hay matrimonio
arreglado, la pareja es una creación pura”. Pero, ello no es totalmente seguro.
¿La libertad, qué libertad exactamente? ¿A qué precio? Sí, es una verdadera
pregunta: ¿qué precio ha pagado el amor por el aparente triunfo de su
libertad?
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