lunes, 26 de junio de 2017

Luc Ferry acerca del amor y de la muerte

-¿El miedo a la muerte?

-Sí, ese miedo que engloba todos los demás. Cuando el hombre está sometido a los miedos, no puede ser íntimamente libre ni generoso con los demás. Cuando el hombre tiene miedo (a las ratas, a los ascensores, al cáncer), está totalmente privado de libertad y cerrado a los otros. El sabio es aquel que consigue superar los miedos que lo acosan. Ese es el gran principio que recorre toda la filosofía, desde los griegos hasta Heidegger, incluido Nietzsche. Aquel que gracias a la filosofía llega a esa especie de serenidad que los griegos llaman sofía. Los grandes maestros griegos, tanto de la tradición estoica como epicúrea, que son las dos grandes tradiciones filosóficas griegas, decían a sus discípulos: "Mientras tengas miedo de la muerte, no podrás vivir una buena vida". La filosofía nació de ese miedo a la muerte, que con frecuencia no es solo miedo a la propia muerte sino también a la muerte de los seres queridos. Desde ese punto de vista, las grandes filosofías son las grandes competidoras de las religiones. Desde siempre, las grandes teorías filosóficas han sido las competidoras de las religiones. En la tradición griega, mitología y filosofía son realmente competidoras. Ambas dicen la misma cosa: una por el mito, la otra por la razón. Lo mismo que las grandes filosofías occidentales lo fueron con el cristianismo.

-¿Se puede decir que el miedo a la muerte incluye el miedo a toda pérdida irreversible?

-Así es. Como en el poema de Edgar Allan Poe, donde el cuervo dice "Never more" (nunca más). Hay en nuestras vidas cosas que pasan para siempre: un divorcio, una mudanza, la pérdida de un empleo, la disputa con un amigo. Durante la vida hay experiencias de pequeñas muertes que nos hacen palpar lo irreversible del tiempo que pasa. Es algo muy angustiante. Un poeta latino decía: "No hay nada peor que los buenos recuerdos".

-¿Y cómo perder el miedo a la muerte?

-Una fórmula estoica que me gusta mucho dice: "Sabio es aquel que lamenta un poco menos, que espera un poco menos y que ama un poco más". Nietzsche retomará esa bella idea y la llamará "la inocencia del devenir". En pocas palabras, el sabio consigue reconciliarse con la vida cuando deja de relativizar el presente con los recuerdos del pasado o con las expectativas del porvenir. En toda su historia, desde los estoicos hasta Nietzsche, la filosofía está atravesada por una misma problemática: tratar de aprender a vivir mejor.

(...)

-Entonces Ferry les dice: "Ahora que ustedes no creen en Dios, les voy a explicar cómo ser felices".

-No, para nada. Primero les digo: "Que ustedes no sean creyentes no quiere decir que las cuestiones de espiritualidad no les interesen". No hay que confundir moral con espiritualidad. La moral es el respeto del otro. Grosso modo, moral quiere decir derechos humanos. Cualquiera sea la moral que uno escoja -hay tres o cuatro por ahí-, todas se basan en el respeto y la honestidad. Pero aunque uno sea perfectamente moral, respetuoso y honesto, igual seguirá estando expuesto a la muerte de sus seres queridos, a la vejez o a tener un hijo con cáncer. El duelo, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la separación son cuestiones que dependen de la espiritualidad. Después les señalo [a los lectores] cuál es el objeto mismo de la filosofía: "Si bien usted no es creyente, recuerde que hay una espiritualidad laica". También digo que en filosofía no es importante la pregunta (¿cómo alcanzar la serenidad?), sino la respuesta. La historia de la filosofía es una serie de tentativas de responder a esa pregunta sobre la espiritualidad. En otras palabras, ¿cómo vivir con la gente que uno ama cuando se sabe que van a morir y que uno va a morir? ¿Cuál es el diálogo que uno tiene con sus padres cuando se acerca el momento de la muerte? En resumen, ¿cuál es la sabiduría del amor cuando uno es mortal?


miércoles, 21 de junio de 2017

Cuando Saturno visita a Urano & a Neptuno

Entonces pasa que un tránsito de Saturno por tu casa VII te hace pensar en las relaciones de pareja. 
Y te das cuenta que cuando soltás a alguien, no necesariamente tenés que soltar a una persona en particular.
En el fondo, no se trata de decirle adiós a alguien. Mucho menos de echarle la culpa o de asumirla.
Por el contrario, pensemos que también existe otra posibilidad, la de dejar atrás una forma de relacionarnos. 
¿Qué pasa si lo que realmente hacemos caer es un modo de vincularnos que nos va quedando cada vez más chico o que no se puede sostener por sí mismo? 
Después de todo, quizás lo más importante sea eso. No tomarse las relaciones de pareja de forma muy personal y poder decirle adiós a los rasgos del vínculo que no suman.
Abrir el juego hacia una sinceridad compartida, a relaciones más honestas, conscientes y comprometidas con lo que queramos y podamos construir.
En última instancia, que la posibilidad del vínculo no se juegue entre los automatismos propios y ajenos. 
Como dijo un viejo poeta: hay que reinventar el amor; ya se sabe.




lunes, 19 de junio de 2017

Cohen, en el príncipe de Asturias

Mientras hacía el equipaje, cogí mi guitarra. Tengo una guitarra Conde que está hecha en el gran taller de la calle Gravina, 7, en España. Es un instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la alcé, y era como si estuviera llena de helio, era muy ligera. Y me la acerqué a la cara, miré de cerca el rosetón, tan bellamente diseñado, y aspiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la madera nunca llega a morir. Y olí la fragancia del cedro, tan fresco como si fuera el primer día, cuando la compré. Y una voz parecía decirme: “Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a la tierra de donde surgió esta fragancia”. Así que vengo hoy, aquí, esta noche, a agradecer a la tierra y al alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque sé que un hombre no es un carnet de identidad y un país no es solo la calificación de su deuda.
Ustedes saben de mi profunda conexión y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca, comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza.



viernes, 16 de junio de 2017

Paradojas del narcisismo espiritual

Hay gente que piensa que está en el corazón 
Incluso se atreven a sentir con las neuronas
Y antes de escucharte
Antes de respirar con vos
Ya saben que espejito de color con promesas de fast food te van a vender.






miércoles, 14 de junio de 2017

Hugo Mujica sobre la poesía, la vida y la imaginación

-Y la poesía entra ahí.
-La poesía entra ahí. Diría la creatividad, es ese lugar que toca eso que no se puede decir.
-De algún modo, ¿sentís que es también como un sermón, en el sentido de canto de iluminación, tu poesía?
-Sí, es compartir experiencia de vida. A mí me tocó vivir mucho. Me tocó. La vida se me fue desplegando.
-¿Pero vos creés que sos inocente en ese desplegarse, o que fuiste activo ante tu destino?
-Si yo tengo que pensar en algo que yo hice, de lo que me fue pasando, fue solo el darme cuenta cuando las cosas se terminaban. Eso sí. Siempre le fui fiel a eso. Me equivoqué mil veces, claro, pero fui fiel cada vez que sentí que ya estaba, desde que sentí que era momento de irme cuando vivía con mis padres hasta hoy –y eso que en esa época no existía el irse a vivir solo-. Yo suelo decir: cuando una forma de la vida que viví ya no dispensa vida, ya te tenés que conformar con complicarla adentro. Y yo siempre sentí cuando venía otra cosa. Después creí que iba a ser pintor para siempre, y cuando me di cuenta que yo no estaba más en lo que hacía ahí lo dejé. Después creí que iba a ser monje para siempre. Después escritor. Bueno, ahora viene la muerte, que no es poco.
-¿Qué imaginás que hay ahí?
-Nada.
-¿Nada?
-No nada en el sentido de Nada. Digo: no me da la imaginación. Lo que me pone muy contento, porque me parece que la muerte es de una densidad creativa tal que no tenemos acceso imaginario. Eso me parece bueno.


jueves, 8 de junio de 2017

"Defender la sociedad"; Michel Foucault

Lo que intenté recorrer desde 1970-1971 fue el cómo del poder. Estudiar el cómo del poder es decir, tratar de captar sus mecanismos entre dos referencias o dos límites: por un lado, las reglas de derecho que delimitan formalmente el poder, y por el otro, por el otro extremo, el otro límite, los efectos de verdad que ese poder produce, lleva y que, a su vez, lo prorrogan. Triángulo, por lo tanto: poder, derecho, verdad. Esquemáticamente, digamos esto: existe una cuestión tradicional que es, creo, la de la filosofía política y que podríamos formular así: ¿cómo puede el discurso de la verdad o, simplemente, la filosofía entendida como el discurso por excelencia de la verdad, fijar los límites de derecho del poder? Ésa es la cuestión tradicional. Ahora bien, la que yo quería plantear es una cuestión que está por debajo, una cuestión muy fáctica en comparación con la tradicional, noble y filosófica. Mi problema seria, en cierto modo, el siguiente: ¿cuáles son las reglas de derecho que las relaciones de poder ponen en acción para producir discursos de verdad? O bien: ¿cuál es el tipo de poder susceptible de producir discursos de verdad que, en una sociedad como la nuestra, están dotados de efectos tan poderosos?
Quiero decir esto: en una sociedad como la nuestra -aunque también, después de todo, en cualquier otra—, múltiples relaciones de poder atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social; no pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una acumulación, una circulación, un funcionamiento del discurso verdadero. No hay ejercicio del poder sin cierta economía de los discursos de verdad que funcionan en, a partir y a través de ese poder. El poder nos somete a la producción de la verdad y sólo podemos ejercer el poder por la producción de la verdad. Eso es válido en cualquier sociedad, pero creo que en la nuestra esa relación entre poder, derecho y verdad se organiza de una manera muy particular.
Para marcar, simplemente, no el mecanismo mismo de la relación entre poder, derecho y verdad sino la intensidad de la relación y su constancia, digamos lo siguiente: el poder nos obliga a producir la verdad, dado que la exige y la necesita para funcionar; tenemos que decir la verdad, estamos forzados, condenados a confesar la verdad o a encontrarla.
El poder no cesa de cuestionar, de cuestionarnos; no cesa de investigar, de registrar; institucionaliza la búsqueda de la verdad, la profesionaliza, la recompensa. Tenemos que producir la verdad del mismo modo que, al fin y al cabo, tenemos que producir riquezas, y tenemos que producir una para poder producir las otras. Y por otro lado, estamos igualmente sometidos a la verdad, en el sentido de que ésta es ley; el que decide, al menos en parte, es el discurso verdadero; él mismo vehiculiza, propulsa efectos de poder. Después de todo, somos juzgados, condenados, clasificados, obligados a cumplir tareas, destinados a cierta manera de vivir o a cierta manera de morir, en función de discursos verdaderos que llevan consigo efectos específicos de poder. Por lo tanto: reglas de derecho, mecanismos de poder, efectos de verdad. O bien: reglas de poder y poder de los discursos verdaderos. Ése fue, más o menos, el ámbito muy general del recorrido que quise hacer, recorrido que realicé, bien lo sé, de una manera parcial y con muchos zigzags.



*La farsa de los ausentes, de Pompeyo Audivert

miércoles, 7 de junio de 2017

Nina Simone sobre la libertad

"Es solo un sentimiento, solo un sentimiento. ¿Cómo le explicás a alguien cómo se siente estar enamorado? ¿Cómo le decís a alguien que nunca estuvo enamorado cómo se siente estarlo? No podrías hacerlo ni aunque de ello dependiera tu vida. Podrías describir cosas, pero no podrías decirle. Sin embargo, cuando pasa, lo sabés. A eso me refiero con ‘libre’. Hubo un par de veces, sobre el escenario, en donde de verdad me sentí libre, y eso es algo de otro mundo. Te voy a decir qué es la libertad para mí: no tener miedo. En serio, nada de miedo. Ojalá pudiera vivir así la mitad de mi vida: sin miedo"



martes, 6 de junio de 2017

La eternidad melancólica de los infinitos mundos posibles.

Para Leibniz éste es el mejor de los mundos posibles, no porque sea perfecto, sino simplemente porque es, porque existe. 
Para rebatir este argumento no sirve de mucho dirigir la atención hacia aquello que desde nuestro pequeño y magnífico ombligo consideramos como malo o terrible, porque este mundo tiene la insoportable ventaja de ser efectivo en cuanto a realizaciones hablamos. 
Pensemos por un segundo que frente al infinito número de posibilidades, es el único que se concretó materialmente, el único que podemos habitar y del único que podemos hablar.
Es.
Simplemente es.
Ni la herida más honda de amor, ni el hambre de Africa, ni la guerra, ni el tipo que duerme en la calle a la vuelta de tu casa son argumentos posibles para decirle al tío alemán de Brian May "ey man, esto está muy lejos de ser lo mejor..." porque toda pregunta por el dolor, por la alegría y por todo el sinsentido que podamos hallar pierde peso ante la prioridad de la existencia.
El acto siempre fue más que la potencia.
El condicional es mas vago que el acontecimiento.
Así, podemos hablar de lo que sea, pero siempre partiendo de que solamente somos en este mundo. 
Y es en las experiencias que tenemos de esta -solo de esta- realidad que encontramos lo que necesitamos para crecer.