-La poesía entra ahí. Diría la creatividad, es ese lugar que toca eso que no se puede decir.
-De algún modo, ¿sentís que es también como un sermón, en el sentido de canto de iluminación, tu poesía?
-Sí, es compartir experiencia de vida. A mí me tocó vivir mucho. Me tocó. La vida se me fue desplegando.
-¿Pero vos creés que sos inocente en ese desplegarse, o que fuiste activo ante tu destino?
-Si yo tengo que pensar en algo que yo hice, de lo que me fue pasando, fue solo el darme cuenta cuando las cosas se terminaban. Eso sí. Siempre le fui fiel a eso. Me equivoqué mil veces, claro, pero fui fiel cada vez que sentí que ya estaba, desde que sentí que era momento de irme cuando vivía con mis padres hasta hoy –y eso que en esa época no existía el irse a vivir solo-. Yo suelo decir: cuando una forma de la vida que viví ya no dispensa vida, ya te tenés que conformar con complicarla adentro. Y yo siempre sentí cuando venía otra cosa. Después creí que iba a ser pintor para siempre, y cuando me di cuenta que yo no estaba más en lo que hacía ahí lo dejé. Después creí que iba a ser monje para siempre. Después escritor. Bueno, ahora viene la muerte, que no es poco.
-¿Qué imaginás que hay ahí?
-Nada.
-¿Nada?
-No nada en el sentido de Nada. Digo: no me da la imaginación. Lo que me pone muy contento, porque me parece que la muerte es de una densidad creativa tal que no tenemos acceso imaginario. Eso me parece bueno.
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