Es invierno de 1998 y tenés poco más que veinte años. Por esas cosas del destino, en marzo no pudiste anotarte en la Universidad y por ello te pusiste a trabajar haciendo varias cosas a la vez. Así, tus horarios se vuelven una grilla random que constantemente alterna entre la simultaneidad y el desierto.
Sumado a todas las cosas que vas haciendo para ganarte unos mangos, son días de intensa fiebre exploradora donde literalmente tragás todas las lecturas y las canciones que llegan a tus manos. Por ello no resulta nada raro que cada mañana al despertar te encuentres con la luz de tu velador encendida y con un tendal de cosas al costado de la cama: desde un apunte de Foucault, un libro de Kundera y un comic de Spiderman hasta algunos cd's prestados.
En una de esas noches de frío te dan ganas y volvés a gambetear el sueño para releer El Señor de los Anillos. Promediando la lectura de Las Dos Torres, das con una frase que anteriormente había pasado desapercibida y que ahora, sencillamente te maravilla. Cuando el sitio de Isengard ya quedó en el pasado y la trama está en narrar como los hobbits escaparon de los orcos, Aragorn suelta:
"Quien no es capaz de desprenderse de un tesoro en un momento de necesidad es como un esclavo encadenado"
Entonces, de golpe te acordás que en tu cuaderno Rivadavia -en ese que usas para registrar todo lo bello que ves en el mundo- semanas atrás hiciste una traducción propia de "Into my arms" y vas hacia ella como Frodo a Mordor.
Respiras hondo.
Unís con puntos suspensivos.
Y soñás con algún lejano día en que puedas dedicar esa canción.
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