Empleamos el término defensa de un modo muy negligente e inapropiado. Cuando le decimos a alguien que actúa a la defensiva, la mayoría de las veces lo que en verdad queremos decir es que no ve las cosas a nuestra manera. Cuando los terapeutas les dicen a sus pacientes o clientes: “Usted está a la defensiva”, podría traducirse como: “No acepta mi interpretación de lo que siente o de su sueño”. Por cierto que hay defensas que se tornan destructivas en el trabajo terapéutico, porque son tan herméticas o rígidas que hacen imposible un diálogo honesto; pero, cuando esas defensas se despliegan, tienen una buena razón a los ojos del paciente –e incluso del terapeuta– y siempre debemos respetar la vulnerabilidad del individuo que se mantiene a la defensiva en la terapia, aunque debamos ayudarlo a alcanzar una relación más abierta y flexible. Si le decimos a un ser querido: “Estás a la defensiva”, lo que realmente queremos decir es: “No me estás dando lo que quiero”. Es parecido al uso que le damos al término egoísta; lo blandimos como un arma cuando alguien osa –al decir de Ambrose Bierce– creer que es más importante que nosotros. Entonces, antes de continuar con este tema, pienso que debernos resistirnos a la tentación de usar el término defensivo como un insulto a esas personas que no responden de la manera en que pensamos deberían hacerlo.
Un enfoque un tanto más elaborado del tema de las defensas sería considerar que, de muchas maneras, ellas son definiciones instintivas de lo que más necesitamos y valoramos, como individuos y como grupo. Si queremos entender cómo funcionan las defensas en términos de una carta astrológica, primero debemos reconocer este hecho fundamental. Nos defendemos para proteger lo que amamos y necesitamos, para nuestra supervivencia física o psicológica. La comprensión de las defensas nos brinda la clave de aquello que tiene el mayor valor para cualquier ser viviente, ya sea en un ámbito puramente instintivo o en uno más consciente. No defendemos lo que no nos importa. Sólo defendemos lo que nos resulta más significativo, aquello que no nos pueden arrebatar porque sin ello no podríamos vivir.
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A lo largo de la vida, las defensas de nuestra personalidad siempre estarán relacionadas con lo que más nos importa y necesitamos. Si bien podemos descubrir que las experiencias dolorosas o las privaciones de algún tipo exageran o encienden el mecanismo de defensa, ese mecanismo es un aspecto saludable de la personalidad en su conjunto. No nos ponemos a la defensiva porque nos han privado de algo que, en principio, nunca quisimos; sólo experimentamos dolor si somos vulnerables, y sólo somos vulnerables si necesitamos algo y nos amenazan con la negación de eso que nos hace vivir. La manera de definir nuestras necesidades de supervivencia interna varía de un modo inconmensurable. Lo que digo debería ser obvio; sin embargo, a veces nos resulta difícil entender que las defensas de los demás pueden ser totalmente apropiadas para ellos, pero incómodas para nosotros, si nuestras propias necesidades chocan con esas defensas.
Para emplear un ejemplo astrológico simplista, una persona con el Sol, la Luna, Júpiter y Plutón en conjunción en Cáncer, tal vez necesite reconocer la validez de las defensas emocionales de su pareja o de su hijo con el Sol en Acuario en trígono con una conjunción Luna-Saturno-Urano en Géminis. A los individuos de signos de agua, estas defensas quizás les resulten frías, insensibles y egoístas y, por lo tanto, “patológicas”. Sin embargo, para la naturaleza de aire quizás sean absolutamente necesarias para asegurar la intimidad, el equilibrio emocional y la tan necesaria protección para no sentirse abrumada o invadida por las exigencias de los demás. Según sea su propio horóscopo y naturaleza individuales, el astrólogo o consejero puede tomar partido por el cliente de un signo de agua y declarar que las defensas de la persona de un signo de aire son destructivas para la relación, y que el individuo necesita terapia para curar su problema. Pero también podríamos argumentar que las necesidades de los signos de agua son en sí mismas una defensa contra el temor a la soledad, y que también necesitan una cura. Esta es una de las razones por las que siento que debemos ser muy cuidadosos en la manera en que usamos y entendemos el término defensas. Lo que constituye una amenaza para la vida en una persona, tal vez no lo parezca en otra, y no hay nadie –aunque tenga muchos conocimientos astrológicos o psicológicos– que esté en posición de decidir por los demás, independientemente de que los mecanismos en un área particular de la vida personal sean “normales” o “anormales”. Cuando las defensas se tornan extremas y se expresan mediante un comportamiento destructivo hacia uno mismo y los demás, tendremos que hacer todo aquello que sea necesario para tratar de rectificar la situación. Pero tal vez precisemos abstenernos de la placentera indulgencia de la certidumbre moral.
Todo terapeuta que tiene experiencia en trabajar con personas, reconoce –como ya lo señalé– que nunca deberíamos intentar romper las defensas de un paciente sólo porque pensamos que no deberían estar allí. Lo mismo se aplica al astrólogo. Dichas defensas existen por una razón y quizás sean absolutamente necesarias para el cliente –al menos durante algún tiempo– porque protegen algo muy vulnerable, que el propio terapeuta quizás no considera importante en lo personal. Las defensas deberán abordarse siempre con mucho respeto, porque están muy adaptadas a la psique individual y a las necesidades de supervivencia del individuo.
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