miércoles, 27 de noviembre de 2019

Apuntes para una ecología vincular

No hay que forzar, no
Hay que ir con el corazón atento
Volverse sutil de palabra, cuerpo y afecto
Ir liviano, como cualquier sonrisa al sol en una mañana de otoño
También centrado, siendo cada instante en el que se está

Es necesario invitar al otro a que acompañe lo que pueda y quiera
Simplemente invitar
Haciendo de la hospitalidad la bandera más preciada
Y  estar en paz con lo que suceda
(si es que podemos)

Para verlo necesitamos ir despacio
Ante la impunidad del fast foward
Y la fascinación por lo inmediato
La lentitud es capital subversivo

Se trata de ser flexible, pero sin perder la forma
De ser firme, pero sin ser rígido
De volvernos humildes y responsables, pero sin perder la alegría
Se trata de ser paradoja creativa

No olvidemos que somos principiantes en todo 







miércoles, 20 de noviembre de 2019

Maya Angelou sobre encajar

Moyers: ¿Siente que pertenece a algún lugar?
Angelou: Hasta ahora, no.
Moyers: ¿Siente que encaja con alguien?
Angelou: Cada vez más. Conmigo misma, quiero decir. De lo cual me siento muy orgullosa. Me preocupa sobre todo como miro a Maya. Me gusta mucho Maya. Me gusta el humor y la valentía. Y cuando me sorprendo actuando de un modo que no.. que no me satisface, entonces debo ocuparme de ello.




*En "Desafiando la tierra salvaje"; de Brené Brown

viernes, 15 de noviembre de 2019

Un fernet en el balcón

No alces la voz
Suspendé las pancartas
Deja a un lado los megáfonos
Guardá los micrófonos
Al menos por un rato
Y tomate una pausa

Contrario a lo que se piensa 
Vivimos en una época en la que hay que dejar de gritar
Nuestra tarea más urgente es aprender a susurrar.




miércoles, 13 de noviembre de 2019

I love this Oliver

Me gustan los paréntesis
las líneas punteadas
las lineas delgadas
y las paralelas.
Me gustan las cosas pequeñas
que significan
cosas grandes.
Me gusta el instante breve
que precede al amanecer.






viernes, 8 de noviembre de 2019

"Conjunto vacío"; Verónica Gerber Bicecci

Para olvidar a alguien hay que volverse extremadamente metódico. El desamor es una especie de enfermedad que solamente puede combatirse con rutina. Yo (Y) no lo sabía, lo descubrió mi instinto de supervivencia. Por eso empecé a buscarme actividades y a ponerles un horario. Me recostaba boca abajo sobre el gran tablón de madera toda la mañana y seguía el dibujo de una veta con un pincel lleno de pintura negra o blanca o gris. Dos o tres vetas por día, no más. Si intentaba pintar una cuarta me temblaba la mano y me salía de la raya. A veces tenía que usar un pincel de tres pelos, a veces una pequeña brochita. Era, sobre todo, un ejercicio de paciencia.
Mientras pintaba recordé a mi maestro de escultura del primer año de la carrera. Era japonés. Sus veinticinco años viviendo en México habían pasado en balde porque hablaba español como si acabara de llegar; es decir, casi no hablaba. Su mayor preocupación escultórica era que entendiéramos el ciclo de la vida. La primera clase nos llevó en metro a comprar cuatro gallinas a la Merced. En un bautizo pagano decidimos llamarlas Klein, Fontana, Manzoni y Beuys. Vivieron en una enorme jaula dentro del taller todo el semestre. Las sacábamos a pasear por los patios de La Esmeralda dos veces por semana, había turnos para darles de comer anotados en el pizarrón y algunos, no entiendo muy bien cómo, lograron encariñarse con ellas. Al final del semestre Mifusana Suhomi llegó con una olla gigante y mucho carbón diciendo que teníamos que matarlas. Se hizo un enorme silencio. Él mismo les torció el cuello y las desplumamos entre todos. Cocinó una sopa de la que todos teníamos que comer para completar el ciclo. Vida-muerte-vida, dijo. Nunca volví a comer algo igual. No sé si era buen artista, pero tenía madera de chef. Y aunque su español era endeble, utilizaba las palabras exactas, tal como lo haría un sensei. Dos fueron más que suficientes para entender algo tan esencial y complejo como que las cosas empiezan, luego terminan, y luego vuelven a empezar.
Su clase era de lo más extraña: nos mostró qué es y cómo se hace el yeso, en lugar de enseñarnos a usarlo para hacer moldes y vaciados. De dónde viene el mármol, en lugar de darnos un martillo y un cincel. Con la madera sucedió lo mismo: Pala hacel tabla tliplay, álbol gila dentlo de sacapuntas gigante, viluta de tlonco aplastada en glan plancha. En clase me enteré que las vetas de madera cuentan con detalle las aventuras de un período específico de tiempo del árbol. Me gustaba creer eso, que cada veta de mis tablas me contaba una historia distinta para no tener que pensar en la mía. El área de cada veta corresponde a un anillo del tronco, y cada anillo puede corresponder, aunque no exactamente, a un año de vida del árbol. Después supe que hay una ciencia que estudia eso. La dendrocronología puede calcular la edad de un tronco siguiendo, del centro haca afuera, el crecimiento radial de los anillos que se dibujan en él. Me hubiera gustado ser dendrocronóloga. Pero en las tablas de triplay no se ve la edad de un árbol. El gran sacapuntas giratorio rebana el tronco con un ángulo inclinado. Ese corte en diagonal lo desordena todo: en cada viruta hay distintos momento salteados de la vida del árbol, no hay una cronología lineal y mucho menos concéntrica. 
Mifusama Suhomi nos dio un lápiz y un sacapuntas a cada uno. Luego de varios intentos dijo: Viluta pelfelta, ahola ustedes. Tenía la forma de un cono. Algo muy parecido a eso que después se aplasta y se superpone para hacer una tabla de triplay. En el búnker tenía tres paneles de madera con el tiempo desordenado y superpuesto. Ojalá eso fuera posible: desordenar el tiempo. Me gustaría inventar una ciencia que investigue la forma en que una tabla de triplay desordena el tiempo. Sería útil mover de lugar el momento en que suceden algunas cosas, poner los finales al principio, por ejemplo (o en cualquier otro lugar). O el pasado en un futuro lo suficientemente lejano para que nunca lleguemos al momento de enfrentarlo. En este tipo de disertaciones se me iba la mañana. 

En el diálogo interior todas las palabras regresan como boomerangs. 







viernes, 1 de noviembre de 2019

"La pasión según GH"; Clarice Lispector

Estoy buscando, estoy buscando. Estoy intentando comprender. Intentando dar a alguien lo que viví y no sé a quién, no me quiero quedar con lo que viví. No sé qué hacer con eso, le tengo miedo a esta desorganización profunda. No confío en lo que me pasó. ¿Me pasó algo que yo, por el hecho de no saber cómo vivirlo, lo viví como si fuera otra cosa? A eso querría llamarlo desorganización, y tendría la seguridad de aventurarme, porque después sabría a dónde volver: a la organización anterior. A eso prefiero llamarlo desorganización pues no quiero confirmarme en lo que viví –en la confirmación de mí perdería el mundo tal como lo tenía, y sé que no tengo capacidad para otro.

Si me confiara y me considerara verdadera, estaría perdida porque no sabría dónde encajar mi nuevo modo de ser –si avanzara en mis visiones fragmentarias, el mundo entero debería transformarse para tener un lugar en él.
Perdí algo que me era esencial, y que ya no lo es más. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me imposibilitaba caminar pero que hacía de mí un trípode estable. Perdí esa tercera pierna. Y volví a ser una persona que nunca fui. Volví a tener lo que nunca tuve: sólo dos piernas. Sé que es sólo con dos piernas que puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta, era ella la que hacía de mí algo encontrable por mí misma, y sin ni siquiera tener que buscarme.
¿Estoy desorganizada porque perdí lo que no necesitaba? En ésta mi nueva cobardía –la cobardía es lo que de más nuevo ya me aconteció, es mi mayor aventura, esta mi cobardía es un campo tan amplio, que sólo una gran valentía me permite aceptarla–, en mi nueva cobardía que es como despertar en la mañana en la casa de un desconocido, no sé si tendré el valor de simplemente andar. Es difícil perderse. Es tan difícil que probablemente encontraré rápido un modo de hallarme, aunque hallarme sea de nuevo la mentira de la que vivo. Hasta ahora encontrarme era ya tener una idea de la persona y adherirme a ella: en esa persona organizada me encarnaba, y no sentía el gran esfuerzo de construcción que era vivir. La idea que yo me hacía de la persona provenía de mi tercera pierna, de aquella que me sujetaba al suelo. Pero, ¿y ahora? ¿seré más libre?
No. Sé que todavía no estoy sintiendo libremente, que estoy pensando de nuevo porque tengo como objetivo encontrar –y que por seguridad llamaré encontrar al momento en que encuentre una forma de salir. ¿Por qué no tengo el valor de encontrar sólo una forma de entrada? Oh, sé que entré, sí. Pero me asusté porque no sé a dónde conduce esa entrada. Y nunca antes me había dejado llevar, a menos que supiese para qué.