Es fácil decir “te amo”.
Es fácil hablar de amor,
y de la presencia, y de la conciencia,
y de una profunda aceptación de lo que es.
Es fácil enseñar,
decir cosas que suenen verdaderas,
y buenas, y espirituales.
Pero no son más que palabras.
Hay un mundo que antecede a las palabras.
Cuando surja la ira, como lo hará, ¿podrías mantenerte cerca,
y no adormecerla, o tratar de echarla fuera?
Cuando el miedo estalle en el cuerpo, ¿podrías respirar en él,
y no fusionarte con él, o enredarte en las historias?
Cuando te sientas herido, rechazado, no amado, abandonado,
¿podrías darle cabida a esa sensación,
y darle la bienvenida en el cuerpo,
inclinarte ante su intensidad, su fuego, su presencia,
y no atacar, o reaccionar, o insultar a la gente?
¿Podrías hacer el compromiso de no abandonarte
ahora que necesitas tu propio amor más que nunca?
Es fácil hablar de amor.
Es fácil enseñar.
Hasta que nuestras viejas heridas se abren.
Hasta que la vida deja de ser a nuestro modo.
Eso que te inquieta
te está invitando
a amarte con más profundidad
¿Te das cuenta?
No hay vergüenza en esto:
Todos tenemos nuestro lado flaco.
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