En todas partes, las mismas preguntas; y en todas partes, las mismas respuestas, que pretenden dar testimonio del nuevo malestar en la cultura. ¿Ha desaparecido el padre? ¿Pero por qué no la madre? ¿No es la madre un padre y el padre una madre? ¿Por qué la juventud no piensa en nada? ¿Por qué los niños son insoportables? ¿La causa es Françoise Dolto, la televisión, la pornografía o los cómics? ¿Y los maîtres a penser dónde están? ¿Muertos? ¿En gestación? ¿Están hibernando? ¿Definitivamente en vías de extinción?
Las mujeres ¿son capaces, de la misma manera que los hombres, de dirigir hombres, de pensar como los hombres, de ser filósofas? ¿Tienen el mismo cerebro, las mismas neuronas, las mismas emociones, los mismos instintos criminales? ¿Era Cristo el amante de María Magdalena y, en consecuencia, la religión cristiana es sexuada, está dividida entre un polo femenino oculto y un polo masculino dominador?
¿Francia está en decadencia? ¿Está usted a favor o en contra de Spinoza, de Darwin, de Galileo? ¿Ama usted Estados Unidos? ¿Heidegger fue sólo un nazi? ¿Michel Foucault fue el precursor de Bin Laden, Gilles Deleuze un toxicómano, Jacques Derrida un gurú deconstruido? ¿Napoleón era muy diferente de Hitler? Exprese las semejanzas, exprese su pensamiento, evalúe su saber, hable en nombre propio.
¿A quién prefiere usted? ¿Quiénes son los más pequeños, los más grandes, los más mediocres, los más mistificadores, los más criminales? Clasificar, ordenar, calcular, medir, evaluar, normalizar. Este es el grado cero de las interrogaciones contemporáneas, que no cesan de imponerse en nombre de una modernidad hipócrita que vuelve sospechosa toda forma de inteligencia crítica fundada en el análisis de la complejidad de las cosas y de los hombres.
La sexualidad nunca ha sido tan libre. La ciencia nunca ha progresado tanto en la exploración del cuerpo y del cerebro. Y sin embargo, nunca fue tan agudo el sufrimiento psíquico: soledad, ingesta de psicotrópicos, aburrimiento, cansancio, régimen, obesidad, medicación de cada minuto de la vida. La necesaria libertad de sí, conquistada con grandes luchas durante el siglo XX, parece haberse convertido en una exigencia de obligación puritana. En cuanto al sufrimiento social, es tanto más insoportable cuanto que parece estar en constante progresión, con trasfondo de desempleo de jóvenes y deslocalizaciones trágicas.
Liberado del yugo de la moral, el sexo ya no se vive como el correlato de un deseo sino como una prestación, una gimnasia, una higiene de los órganos que no puede conducir más que a un hastío mortífero. ¿Cómo gozar? ¿Cómo hacer gozar? ¿Cuál es el tamaño ideal de la vagina? ¿Cuál es la longitud correcta para un pene? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántas parejas en una vida, en una semana, en un día, en un minuto? La psicología del condicionamiento y de la alienación sexológica o de intercambio nunca tuvo tanta fuerza como hoy. Tanto es así que asistimos a una amplificación de todas las quejas. Pues cuanto más se promete la felicidad y la seguridad ideal, más persevera la desdicha, más aumenta el riesgo y más se rebelan las víctimas de las promesas incumplidas en contra de aquellos que los han traicionado.
¿Cómo no ver en esta curiosa psicologización de la existencia que ha ganado toda la sociedad, y que contribuye a la despolitización creciente, la expresión más solapada de aquello que Michel Foucault y Gilles Deleuze llamaron “un pequeño fascismo ordinario”, íntimo, deseado, querido, admitido y celebrado por aquel que a veces es su protagonista y otras veces su víctima? Un pequeño fascismo que nada tiene que ver, claro está, con los grandes fascistas, puesto que se desliza en cada individuo sin que éste se dé cuenta, sin que peligren los sacrosantos principios de los derechos humanos, del humanismo y de la democracia
Las mujeres ¿son capaces, de la misma manera que los hombres, de dirigir hombres, de pensar como los hombres, de ser filósofas? ¿Tienen el mismo cerebro, las mismas neuronas, las mismas emociones, los mismos instintos criminales? ¿Era Cristo el amante de María Magdalena y, en consecuencia, la religión cristiana es sexuada, está dividida entre un polo femenino oculto y un polo masculino dominador?
¿Francia está en decadencia? ¿Está usted a favor o en contra de Spinoza, de Darwin, de Galileo? ¿Ama usted Estados Unidos? ¿Heidegger fue sólo un nazi? ¿Michel Foucault fue el precursor de Bin Laden, Gilles Deleuze un toxicómano, Jacques Derrida un gurú deconstruido? ¿Napoleón era muy diferente de Hitler? Exprese las semejanzas, exprese su pensamiento, evalúe su saber, hable en nombre propio.
¿A quién prefiere usted? ¿Quiénes son los más pequeños, los más grandes, los más mediocres, los más mistificadores, los más criminales? Clasificar, ordenar, calcular, medir, evaluar, normalizar. Este es el grado cero de las interrogaciones contemporáneas, que no cesan de imponerse en nombre de una modernidad hipócrita que vuelve sospechosa toda forma de inteligencia crítica fundada en el análisis de la complejidad de las cosas y de los hombres.
La sexualidad nunca ha sido tan libre. La ciencia nunca ha progresado tanto en la exploración del cuerpo y del cerebro. Y sin embargo, nunca fue tan agudo el sufrimiento psíquico: soledad, ingesta de psicotrópicos, aburrimiento, cansancio, régimen, obesidad, medicación de cada minuto de la vida. La necesaria libertad de sí, conquistada con grandes luchas durante el siglo XX, parece haberse convertido en una exigencia de obligación puritana. En cuanto al sufrimiento social, es tanto más insoportable cuanto que parece estar en constante progresión, con trasfondo de desempleo de jóvenes y deslocalizaciones trágicas.
Liberado del yugo de la moral, el sexo ya no se vive como el correlato de un deseo sino como una prestación, una gimnasia, una higiene de los órganos que no puede conducir más que a un hastío mortífero. ¿Cómo gozar? ¿Cómo hacer gozar? ¿Cuál es el tamaño ideal de la vagina? ¿Cuál es la longitud correcta para un pene? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántas parejas en una vida, en una semana, en un día, en un minuto? La psicología del condicionamiento y de la alienación sexológica o de intercambio nunca tuvo tanta fuerza como hoy. Tanto es así que asistimos a una amplificación de todas las quejas. Pues cuanto más se promete la felicidad y la seguridad ideal, más persevera la desdicha, más aumenta el riesgo y más se rebelan las víctimas de las promesas incumplidas en contra de aquellos que los han traicionado.
¿Cómo no ver en esta curiosa psicologización de la existencia que ha ganado toda la sociedad, y que contribuye a la despolitización creciente, la expresión más solapada de aquello que Michel Foucault y Gilles Deleuze llamaron “un pequeño fascismo ordinario”, íntimo, deseado, querido, admitido y celebrado por aquel que a veces es su protagonista y otras veces su víctima? Un pequeño fascismo que nada tiene que ver, claro está, con los grandes fascistas, puesto que se desliza en cada individuo sin que éste se dé cuenta, sin que peligren los sacrosantos principios de los derechos humanos, del humanismo y de la democracia
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