miércoles, 13 de abril de 2016

Eterna vacuidad del instante


Entonces te pones los auriculares, seleccionas un par de canciones y salís a dar una vuelta sin más objetivo que ver a la tarde diluyéndose con la velocidad de los caracoles.

Y así, la noche te encuentra e ilumina los pasos que vas dando.
Y pareciera que en el mundo no existe nada más que esa leve y sutil felicidad, aquella que sonríe en los charquitos de otoño.

Charquitos de otoño: musiquitas silenciosas, algunas hojitas moribundas, agua de lluvia, rostros difusos y la luz de algunos faroles que tiñen de amarillo todas las imágenes.

Todo está ahí, al alcance de la mano.
Y sin embargo, dura un instante.










martes, 12 de abril de 2016

"Fuegos"; Marguerite Yourcenar


El alcohol desembriaga. Después de beber unos sorbitos de coñac, ya no pienso en ti.



Podrías hundirte de un solo golpe en la nada, adonde van los muertos: yo me consolaría si me dejaras tus manos en herencia. Sólo tus manos subsistirían, separadas de ti, inexplicables como las de los dioses de mármol convertidos en polvo y cal de su propia tumba. Sobrevivirían a tus actos, a los miserables cuerpos que han acariciado. Entre las cosas y tú no harían ya de intermediarios: ellas mismas se transformarían en cosas.
Inocentes de nuevo, pues tú ya no estarías para hacer de ellas tus cómplices, tristes como galgos sin dueño, desconcertadas como arcángeles a quienes ningún dios da ya órdenes, tus inútiles manos reposarían sobre las rodillas de las tinieblas. Tus manos abiertas, incapaces de dar o de recibir ninguna alegría, me habrían dejado caer como una muñeca rota. Beso, a la altura de la muñeca, esas manos indiferentes que tu voluntad no aparta ya de las mías; acaricio la arteria azul, la columna de sangre que, antaño, incesante como el chorro de una fuente, surgía del suelo de tu corazón. Con sollozos pequeños y satisfechos reposo la cabeza como una niña entre esas palmas llenas de estrellas, de cruces, de precipicios de lo que fue mi destino.
No tengo miedo de los espectros. Sólo son terribles los vivos, porque poseen un cuerpo.



No hay amores estériles. Y es inútil tomar precauciones. Cuando te dejo llevo dentro de mí el dolor, como una especie de hijo horrible.



Un dios que quiere que yo viva te ha ordenado que dejes de amarme. No soporto bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo podía hacer era morir.



Las dos de la madrugada. Las ratas roen en los cubos de basura los restos de un día muerto: la ciudad pertenece a los fantasmas, a los asesinos, a los sonámbulos. ¿Dónde estás tú, en qué cama, en qué sueño? Si tropezara contigo, pasarías sin verme, pues no somos percibidos por nuestros sueños. No tengo hambre: no consigo digerir mi vida esta noche. Estoy cansada: anduve toda la noche para escapar de tu recuerdo. No tengo sueño: ni siquiera siento apetito de la muerte. Sentada en un banco, embrutecida a pesar mío por la llegada de la mañana, dejo de recordar que trato de olvidarte. Cierro los ojos... Los ladrones sólo desean nuestras sortijas; los amantes, la carne; los predicadores, nuestras almas; los asesinos, la vida. Pueden quitarme la mía: los desafío a que cambien algo en ella. Echo hacia atrás la cabeza para sentir por encima de mí el murmullo de las hojas... Estoy en el bosque, en un campo... Es la hora en que el Tiempo se disfraza de barrendero y Dios tal vez de trapero. El, el avaro, el testarudo; él, que no consiente ver perderse una perla entre el montón de conchas de ostras a las puertas de las tabernas. Padre nuestro que estás en los cielos ... ¿Veré yo venir alguna vez a un hombre viejo, con un abrigo pardo, con los pies llenos de barro por haber atravesado Dios sabe qué río para reunirse conmigo? Se dejaría caer en el banco, apretando en su puño cerrado un valioso regalo que bastaría para cambiarlo todo. Separaría los dedos lentamente, uno tras otro, con prudencia, pues el regalo podría echarse a volar... ¿Qué llevaría en su mano? ¿Un pájaro, una semilla, un cuchillo, una llave para abrir la lata de conserva del corazón?




jueves, 7 de abril de 2016

"Dijiste que te ibas"; Mauricio Ubal

Dijiste que te ibas
del todo y para siempre.
Que ibas a devolverme
la calle, la neblina,
los muros que rozamos
abrazados, corriendo.

Que no ibas a gritarme
de adentro del silencio
ni a trepar por mi sueños
y a esconderte en el pan.
Dijiste que te ibas
entonces
qué hago acá,
solo,
sin llorar,
dejando las canciones
por la mitad.

martes, 5 de abril de 2016

Yannis Yfantís sobre el sol, la luna y las estrellas.

El sol y la luna aparecen con fuerza en tus poemas, “también se abre encima el cielo con todos sus animales y sus estrellas”, ¿qué lazos secretos nos emparentan con ese mapa sideral?

Pienso que la palabra hebrea “alleluia” se entiende plenamente solo si aceptamos que procede de la palabra griega “αλληλουχία” (allilouhia), a saber; “secuencia”.  “Aλληλουχία” quiere decir que cada cosa contiene todas las cosas y es contenida por todas las cosas. “Aλληλουχία” quiere decir que cada cosa está en relación con el todo y el todo en relación con cada cosa. Y, al fin y al cabo, todos los humanos, todos los seres, todas las cosas, son UNO.

¿Pero qué es el sol? ¿Un disco brillante con rayos al que las flores, que son hijas suyas, se suelen parecer? ¿Una esfera brillante a la que todas las frutas, que son hijas suyas, se suelen parecer? ¿El líder del sistema planetario? Nosotros y los planetas somos sus miembros. Su sangre corre por nuestras venas, en partes amarilla, en partes roja, en partes verde. Él es nuestro corazón y nuestra mente, y nosotros, sus miembros. Lo vemos afuera de nosotros, pero, en realidad, él es el núcleo del cuerpo que abarca todo el sistema planetario y todo lo que existe en este sistema (planetario). La Tierra y todo lo que en ella existe es parte del cuerpo que llamamos el Sol.

¿Y la luna? El satélite de la tierra. Pero tiene un rostro. Si estuviera más lejos, no podríamos verle el rostro. Si estuviera más cerca, no podríamos verle el rostro. Está a la distancia exacta para que podamos ver en ella un rostro. ¿No es mágico nuestro mundo? No podemos mirar nuestro rostro-sol, pero podemos mirar nuestro rostro-luna.

¿Y las estrellas? Son los rostros nuestros, las moléculas de nuestros propios cuerpos cuando nos miramos en el espejo del vacío; cuando nos miramos a nosotros mismos, que somos una ilusión tan completa, que nos percibimos como una realidad absoluta. Tal como nunca conocemos el yo verdadero que somos en realidad, así tampoco conocemos verdaderamente a las estrellas. La mayoría de las estrellas que vemos ya han desaparecido, de modo que vemos como estrellas la luz que desde ellas alguna vez comenzó a viajar hacia nosotros. Y hay estrellas que están vivas en este preciso momento, pero no podemos verlas porque su luz aún no nos ha alcanzado. Tenemos que arreglarnos con un yo que no existe y que vemos sin embargo como un yo existente. Y hay un yo que existe, que sin embargo no vemos como un yo existente. El mundo es mágico y yo, un Insensato que existe y no existe, que recorre los infinitos yoes que me rodean, caí bajo su encanto. Y si tuviera que hablar en términos puramente científicos, diría que la luz mira a la luz y le da varios nombres. “Ya no sé cómo hablar, ni cómo pensar”.




                                 La entrevista completa acá


lunes, 4 de abril de 2016

"Los amigos"; Gonçalo Tavares


El señor Valéry era chiquitito, pero daba muchos saltos.
Explicaba:
—Soy igual a las personas altas sólo que por menos
tiempo.
Pero esto constituía para él un problema.
Más tarde el señor Valéry se puso a pensar que, si las
personas altas saltaran, él nunca las alcanzaría en la vertical.
Y tal pensamiento lo desanimó un poco. Más por
el cansancio, sin embargo, que por esta razón, el señor
Valéry un cierto día abandonó los saltitos. Definitivamente.
Días después salió a la calle con un taburete.
Se colocaba encima de él y allí se quedaba, encima, de
pie, mirando.
—De esta manera soy igual a los altos durante mucho
tiempo. Sólo que inmóvil.
Pero no se convenció.
—Es como si las personas altas estuvieran con los pies
encima de un taburete e incluso así consiguieran moverse
—murmuró el señor Valéry, lleno de envidia, cuando regresaba
ya a su casa, desilusionado, con el taburete debajo del
brazo.
El señor Valéry hizo entonces varios cálculos y dibujos.
Pensó primero en un taburete con ruedas, y lo
dibujó.
Pensó después en congelar un salto. Como si fuera
posible suspender la fuerza de la gravedad, apenas durante
una hora (no pedía más), en sus itinerarios por la ciudad.
Y el señor Valéry dibujó su sueño, tan común.
Pero ninguna de estas ideas era cómoda o posible, y por
eso el señor Valéry decidió ser alto en la cabeza.
Ahora, cuando se cruzaba con las personas, en la calle,
se concentraba mentalmente, y miraba hacia ellas
como si las viera desde un punto veinte centímetros más
arriba.
Concentrándose, el señor Valéry lograba incluso ver
la imagen de la zona superior de la cabeza de las personas
que eran mucho más altas que él.
El señor Valéry nunca más recordó las hipótesis del
taburete o de los saltitos, considerándolas ahora, desde
una cierta distancia, ridículas. Sin embargo, concentrado
de tal modo en esta visión, como desde arriba, tenía dificultades
para recordar la cara de las personas con quienes
se cruzaba.
En el fondo, con la altura, el señor Valéry perdió amigos